La Unión Europea vuelve a enfrentarse a una de sus grietas más profundas: la incapacidad para convertir la unanimidad moral en decisión política. El debate sobre el uso de los activos rusos inmovilizados por las sanciones de la guerra en Ucrania ha puesto en evidencia esta debilidad.
La UE sabe lo que quiere hacer, pero no logra acordar cómo hacerlo sin que algún país quede señalado como responsable. En esta ocasión, el foco está en Bélgica, ya que en Bruselas se custodia la mayor parte de los activos del banco central ruso bloqueados en Europa.
Europa discute si utilizar esos fondos, o al menos los rendimientos que generan, para ayudar a Ucrania. Sin embargo, el debate es técnica y jurídicamente delicado, ya que quien custodia los activos, Bélgica, se pondría en el punto de mira si se decide abrirlos.
En este contexto, ha surgido una figura inesperada: Bart De Wever, el líder nacionalista flamenco que acaba de convertirse en el primer ministro belga. De Wever, que durante años defendió una Bélgica más confederal, ahora recuerda que sin un Estado europeo real no hay decisiones seguras.
El político belga no cuestiona la ayuda a Ucrania ni la legitimidad moral de usar los activos rusos, pero objeta algo más prosaico y decisivo: la asimetría del riesgo. Bélgica no se niega a abrir la caja, pero se niega a hacerlo sola. "Si el salto es europeo, el paracaídas también debe serlo", ha sentenciado De Wever.
Europa ha querido abrir el joyero ruso sin decidir antes si estaba dispuesta a asumir juntas las consecuencias. Y al hacerlo, ha confirmado una verdad incómoda: cuando el riesgo tiene nombre y apellido, la retórica se encoge.
El liderazgo europeo no fracasa por falta de valores, sino por ausencia de responsables. Liderar no es dar la orden de abrir la caja, sino quedarse cuando suena la alarma. Y, por ahora, esa alarma suena en Bruselas.
