Hace más de 40 años, cuatro hipopótamos llegaron a Colombia como un capricho exótico del narcotraficante Pablo Escobar. Desde entonces, el país ha cambiado, pero el problema de los peligrosos animales sigue sin resolverse.
La historia comenzó en la Hacienda Nápoles, donde Escobar montó un zoológico privado. Los hipopótamos encontraron en el río Magdalena un paraíso inesperado y, tras la caída del capo, algunos escaparon y se reprodujeron. Hoy son 169 y podrían llegar a 1.300 en 2060 si no se toman medidas.
El Gobierno de Gustavo Petro prometió una estrategia definitiva: trasladar una parte de la población a santuarios en el exterior y controlar el resto con anticonceptivos. Sin embargo, los científicos critican que no hay plan, ni plazos, ni financiación. Mientras tanto, los ataques a la población local se repiten y crece la urgencia de hacer algo.
Las posibles soluciones, como la anticoncepción, la captura y esterilización o la eutanasia, son todas problemáticas. La eutanasia, por ejemplo, tiene en contra a los sectores progresistas y animalistas de la sociedad colombiana.
Paradójicamente, los hipopótamos se han convertido en un símbolo que incomoda y fascina a la vez. Artistas locales los han utilizado como inspiración para exposiciones que juegan con tapetes, fotografías, cuadros e incluso excrementos del animal.
Colombia sigue sin encontrar una solución definitiva a este problema ambiental que se ha convertido en una metáfora de la propia historia del país. Los hipopótamos, y todo lo que los trajo hasta aquí, seguirán ahí, independientemente de cuándo se lea esta noticia.












