Las tragedias nacionales, a pesar de sus diferencias, comparten ciertos patrones cuando llega el momento de la esperanza y la superación. Los pueblos sufrientes, víctimas de propaganda y depredación, se asemejan en su búsqueda de justicia y en la resistencia a la impunidad de los victimarios.
Más allá de las particularidades de cada caso, existen elementos comunes en las etapas finales de las tragedias nacionales. Cuando se abre el camino hacia la liberación, los pueblos sufrientes se enfrentan a una serie de desafíos y dinámicas que, si bien varían en su forma, responden a lógicas similares.
En primer lugar, destaca la presencia de una propaganda engañosa y una narrativa fraudulenta que busca mantener a las víctimas dentro de la miseria, creando enemigos ficticios y justificando la opresión. Esto se acompaña del terror político y la depredación económica y social, que generan bolsas de riqueza ostentosa en medio de la pobreza generalizada, evidenciando la corrupción y la criminalidad organizada en el poder.
Asimismo, suelen aparecer personajes que actúan como beneficiarios o compañeros de viaje de los victimarios, encargados de maquillar las atrocidades y colocar "alfombras rojas" para evitar la rendición de cuentas. Estos individuos, conocidos como "alacranes" o "enchufados", desempeñan un papel fundamental en la perpetuación de la impunidad.
Cuando se acerca el ocaso de la tragedia, los victimarios y sus aliados encubiertos comienzan a elucubrar fórmulas para evadir la justicia, invocando una falsa reconciliación que no hace más que consolidar la impunidad. En este contexto, es crucial comprender que la venganza no es justicia, pero la impunidad es antijusticia.
Las lecciones de las tragedias nacionales demuestran que los procesos de liberación y superación de la tragedia no son lineales ni sencillos. Implican enfrentar a poderosos intereses, narrativas engañosas y la resistencia de quienes se beneficiaron del sufrimiento ajeno. Sin embargo, cuando se abren los nuevos caminos y se vislumbra el horizonte, es el momento de que la tragedia se convierta en una lección de historia, sin que los responsables se burlen del horror que han causado.
