Conducir bajo los efectos del alcohol no es un descuido ni un error menor, es una decisión personal que pone vidas en riesgo. Quien toma el volante en esas condiciones compromete la seguridad de todos los que transitan la vía. No se trata de un asunto individual, sino de una amenaza social.
Existe una falsa sensación de control en quienes creen que aún pueden manejar después de beber. El alcohol reduce los reflejos, altera el juicio y distorsiona la percepción del peligro. El cuerpo envía señales claras de advertencia que no deben ignorarse. No importa cuánto se haya consumido, el riesgo sigue presente.
La responsabilidad comienza con el respeto al propio cuerpo y a la vida propia y la ajena. Saber detenerse es un acto de madurez, no de debilidad. Reconocer los límites evita consecuencias irreparables. Tener conciencia también es una forma de responsabilidad ciudadana.
Planificarse antes de salir es una muestra clara de compromiso social. Contar con un conductor designado o utilizar transporte alternativo cuando se ha tomado alcohol salva vidas. No es exageración, es prevención. La prudencia debe ser una norma cotidiana.
El riesgo se multiplica cuando el alcohol se combina con la velocidad. Las calles no son escenarios para demostrar audacia ni control. Cada maniobra imprudente puede tener consecuencias irreversibles. El atrevimiento mal entendido deja huellas permanentes.
Detrás de cada accidente hay historias que se quiebran para siempre. Familias enteras cargan con pérdidas que pudieron evitarse. Un segundo de inconsciencia basta para cambiar destinos. El dolor no se borra con arrepentimientos tardíos.
La sociedad no puede seguir normalizando estas conductas. Las leyes existen, pero requieren conciencia individual para ser efectivas. Prevenir, educar y dar el ejemplo también es una forma de salvar vidas. La responsabilidad es compartida.
Conducir con prudencia es un deber ético y ciudadano. Nadie tiene derecho a poner en riesgo a otros por una decisión irresponsable. La vida debe estar siempre por encima de cualquier impulso. Al volante, la conciencia no es negociable.









