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Privatización y saqueo: El peligroso legado de las políticas liberales en Argentina

Privatización y saqueo: El peligroso legado de las políticas liberales en Argentina

El periodista Carlos Pagni despliega una concepción muy unida a la realidad: la imposibilidad de lograr nuevos créditos y el consiguiente fracaso de un proyecto que unía empobrecer con endeudar, importar todo, destruyendo la industria sin lograr otra cosa que el incremento de la desocupación. En contraposición a este empobrecimiento, se inventan números con hiperbólicos éxitos inexistentes, logros de crecimiento económico que son la contracara de la realidad en la sociedad, y con perversos caprichos, por ejemplo, el de limitar el apoyo a la discapacidad, como si el cercenamiento de impuestos a los grandes grupos económicos y a los ricos no debiera estar unido a la manida pregunta que se le formula a la sociedad sobre el origen de los recursos. Si hay recursos desde dónde achicar a los poderosos, deberían existir aquellos imprescindibles, para ayudar a los necesitados.

En un mundo marcado por el proteccionismo, nuestra importación gratuita de lo que no necesitamos o de lo que producimos, ligada a aquella triste frase de José Luis Espert, según la cual "Proteger..., es cazar en el zoológico...", demuestra la ausencia de patriotismo que se manifiesta en la miseria que estamos construyendo y en la concentración económica que lleva a los desfavorecidos a recorrer un camino de incrementos en sus gastos y necesidades, salvo en lo esencial, sus salarios.

Cierto es que la inexistencia de una oposición organizada le da una solidez al Gobierno que no tuvo en otros momentos, y también lo es que su último triunfo electoral no le sirvió para consolidar su proyecto simplemente porque era inviable. La ausencia de una alternativa jamás otorgará solidez a aquellos proyectos que no la tienen. Siempre recuerdo que la caída de De la Rúa fue el resultado de una queja social masiva, en un momento de ausencia de alternativa política, pero en esos casos los gobiernos suelen pasar por lo peor, que es no encontrar limitaciones a sus proyectos, fracturarse internamente y terminar confrontando, no con la oposición, sino con algo mucho más terrible, que es la sociedad.

Por su parte, el kirchnerismo sigue ocupando su oscuro lugar de burocracia sin rumbo y de sectarismo, cuya única función es la de facilitar la alternativa del Gobierno de turno. Aburren las supuestas encuestas que muestran un ascenso en el prestigio del actual presidente, como si se pudieran seguir falsificando percepciones sociales, que en el andar cotidiano nadie encuentra como reflejo real. La baja del consumo es absolutamente comprobable por cada uno de nosotros, y el hecho de que se consolide una minoría, dispuesta a hacer todo tipo de gastos, solo expresa el ingreso de nuestro país en ese espacio que llamamos Latinoamérica. Nosotros, como sociedad, nos diferenciábamos por tener una extendida clase media y hoy, se intenta consolidar una mayoritaria clase baja.

El Liberalismo se inicia con Martínez de Hoz, se consolida con Menem, y se retoma con Macri cerrando ese ciclo de decadencia que marca los atroces 50 años de destrucción de una sociedad integrada para transitar hacia aquella donde la riqueza sea admirada y los humildes vayan perdiendo lentamente derechos hasta quedar sometidos a un tiempo preexistente al Estado. Los hechos de corrupción se multiplican, pero en el fondo no son los mismos, no son la expresión de nuestra decadencia, sino un simple epifenómeno de dicho proceso al que estamos sometidos desde entonces.

El atroz y decadente libro que Milei obsequia a sus Ministros- Defender lo indefendible de Walter Block- conceptualmente implica una degradación del ser humano en todo lo que nosotros, como sociedad, hemos construido. Su sola mención desnuda las razones profundas del cuestionamiento de Milei y los suyos los actos de justicia y de solidaridad, aquel respeto por el ser humano como eje y partícipe de Occidente. Esta feroz y cruel - cuando no amoral- concepción nos lleva a retroceder a los tiempos en que la situación del ciudadano común estaba cercana a la esclavitud o era víctima de ella. La educación, la ciencia, el arte y la solidaridad fueron logros que compartimos con lo mejor de la humanidad, y hoy, merced a esta supuesta y obstinada batalla cultural, se degradan y convierten en meros ejemplos numéricos, el respeto por la condición humana pasa a ser absolutamente secundario y el capital se convierte en lo central. El Estado fue la expresión de la voluntad colectiva, y su destrucción es el triunfo del egoísmo sobre la solidaridad.

Tener un dólar subvaluado e importar lo que producimos desnuda un proyecto de destrucción de aquella Argentina industrial que permitió la integración social del conjunto de sus habitantes. Intentar que las grandes empresas, el petróleo, la minería, la venta de los recursos naturales, sea la última etapa de la pérdida de nuestro patrimonio nos somete a una dependencia que nos impone un deterioro definitivo.

La educación, la ciencia y el apoyo estatal a los discapacitados son el nervio de la dignidad de una patria; su destrucción, el testimonio esencial de nuestra progresiva y rápida transformación en colonia. Este tipo de proyectos jamás puede ser exitoso y, sin duda, carece de futuro. Es un modelo que ingresa en su tercer año, el espacio de su verdadero final. Cierro reiterando que Milei no es el primer paso hacia un progreso de la política, sino el último escalón de su más profunda y patética decadencia.

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