El artículo aborda cómo el estado de alerta constante en el que viven las mujeres debido al miedo a la violencia sexual tiene efectos perjudiciales en su salud mental y desempeño. Un estudio reciente encontró que en países con mayor desigualdad de género, las mujeres tienen áreas cerebrales más delgadas relacionadas con funciones emocionales, de aprendizaje y procesamiento visual. Esto sugiere que la exposición continua a entornos desiguales puede tener efectos estructurales en el cerebro, lo que contribuye a peores resultados de salud mental y educativos entre las mujeres.
El cansancio crónico que experimentan las mujeres a menudo se descontextualiza y se atribuye a fallas individuales, cuando en realidad es un efecto del machismo estructural que les impone una vigilancia permanente. Esto afecta especialmente a las mujeres negras, que enfrentan el racismo y el sexismo de manera interseccional.
La autora señala que una de las tareas políticas más urgentes es reivindicar el derecho al descanso, pues este es fundamental para que las mujeres puedan pensar, crear, encontrarse y organizarse. Descansar no es un lujo, sino una necesidad para enfrentar un sistema patriarcal y racista que las agota.











