El debate internacional sobre Venezuela ha girado durante más de una década en torno a la expectativa persistente de que el aumento sostenido de la presión económica, financiera y diplomática terminaría forzando una ruptura interna y abriendo el camino hacia una transición democrática. Sin embargo, un análisis más profundo de las probabilidades implícitas y los comportamientos subyacentes sugiere una conclusión incómoda: el régimen de Nicolás Maduro no se comporta como un actor que calcula cómo ganar, sino como uno que apuesta a no desaparecer.
Cuando la política entra en el dominio de la pérdida absoluta, los incentivos tradicionales pierden eficacia. Para el régimen, cualquier concesión se percibe como una puerta abierta a su eliminación definitiva. En ese marco, la presión externa no induce moderación, sino cierre y endurecimiento del sistema. Lejos de fragmentarse, la élite se cohesiona por miedo compartido, y la sociedad termina siendo la variable que más absorbe el impacto de la crisis.
Otro factor clave es el respaldo externo que recibe el régimen de Venezuela de países como Rusia, China e Irán, que tienen incentivos estratégicos, económicos e incluso identitarios para evitar su colapso. Este apoyo funciona como un seguro mínimo que reduce la probabilidad de un desenlace terminal y hace racional la estrategia de resistencia prolongada.
Los enfoques que asumen una racionalidad simétrica entre los actores involucrados en el conflicto suelen fallar. Para la élite del régimen, la cuestión no es instrumental, sino ontológica: una cuestión de existencia o aniquilación. Mientras esta asimetría persista, aumentar solo la presión no cambiará el resultado, sino que desplazará al sistema hacia formas más cerradas y criminalizadas.
La historia comparada sugiere que las aperturas políticas en regímenes cerrados no surgen de asfixias lineales ni de quiebres morales repentinos, sino cuando el propio sistema percibe que abrir espacos reduce riesgos existenciales. Si el objetivo es aumentar la probabilidad de una transformación democrática en Venezuela, la pregunta clave no es cuánta presión aplicar, sino cómo alterar el marco de decisión de los actores clave. Mientras perder el poder equivalga a desaparecer, resistir seguirá siendo la apuesta dominante.











