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Donald Trump convierte al Kennedy Center en el "Donald J. Trump and John F. Kennedy Center

Donald Trump convierte al Kennedy Center en el "Donald J. Trump and John F. Kennedy Center

La democracia estadounidense sigue erosionándose bajo el ego de Donald Trump. El magnate neoyorquino está transformando el sistema con el que nació Estados Unidos en una "egocracia": un sistema donde el poder se concentra en la egolatría delirante de un líder autocrático, si no abiertamente tiránico.

Empujar el nombre de John F. Kennedy para hacerle un lugar al suyo, encabezando la denominación del centro cultural creado hace 60 años en Washington en homenaje al presidente asesinado un año antes, debería generar una rebelión del estupor. Pero las llamas de la indignación no tienen suficiente fuerza en una sociedad adormecida, donde el despotismo avanza sin que la perplejidad se convierta en indignación y le imponga un límite.

Para muchos es un hecho menor, que no debió llegar a las páginas de los diarios. Los aduladores que merodean en el Despacho Oval y Mar-a-Lago, igual que millones de seguidores del presidente, señalan que es barullo de "los comunistas del Partido Demócrata". En definitiva, dicen los justificadores, ¿a quién perjudica que Trump haya empujado el nombre de John F. Kennedy para hacerle un lugar a su propio nombre en la puerta de un histórico centro cultural? La respuesta es: a la democracia estadounidense.

El culto personalista comienza por goteo en la sociedad abierta donde impera el Estado de Derecho. Si no encuentra resistencia en una población adormecida, avanza. Lo hace lentamente en las sociedades con culturas democráticas sólidas, y velozmente en sociedades donde siempre gravitaron las culturas políticas autoritarias.

Tan grotesco como el almidonado peinado amarillo sobre el rostro anaranjado del millonario que, imitando a las súper-bandas de rock, puso el apellido TRUMP en el fuselaje de su avión privado, es que el célebre espacio cultural que siempre se llamó Kennedy Center, ahora luzca con letras gigantes su nueva denominación: "Donald J. Trump and John F. Kennedy Center".

Es la única forma en la que pueden acercarse los nombres de dos líderes que representan sus respectivos opuestos. Kennedy fue el apoyo a Martin Luther King en la lucha por los derechos civiles de la población afroamericana y también el reforzamiento del estado de bienestar, entre otras cosas; mientras que Trump es un conservador con inocultables rasgos racistas, además de un autócrata en gestación que está horadando la democracia estadounidense para convertirla en un régimen personalista.

Que el nombre de Donald J. Trump se haya incorporado al de un histórico centro cultural de Washington por orden del presidente que, para lograrlo, se valió de los nombramientos que hizo en la junta que la administra, es una señal más de la deriva híper-personalista que empuja a Estados Unidos hacia una "egocracia".

Trump empieza a parecerse a déspotas centroasiáticos como el turkmeno Saparmyrat Niyasov, quien imperó durante casi medio siglo con poderes desmesurados, plagó el país de estatuas suyas y se hizo denominar "Turkmenbashi": padre de los turkmenos. O al despótico Nursultán Nazarbayev, quien gobernó Kazajistán durante casi dos décadas y trasladó la capital de Almaty a Astaná, pero a la nueva capital se quitó su nombre histórico para ponerle el suyo propio.

El mayor ejemplo de totalitarismo personalista está en el régimen que creó Kim Il Sung en Corea del Norte, donde impuso la doctrina Juche casi como una religión que lo glorifica hasta el punto de declararlo inmortal, razón por la cual sigue figurando como presidente de los norcoreanos a pesar de haber muerto hace más de 30 años.

En Estados Unidos, desde George Washington hasta Joe Biden, los presidentes al dejar la Casa Blanca creaban con su nombre una fundación o una biblioteca. Esa era la tradición. Ninguno bautizaba nada con su propio nombre mientras ocupara la presidencia. Incluso Ronald Reagan llegó a proponer que nada llevara el nombre de un ex presidente hasta que hubieran pasados diez años de su muerte.

Esa cultura política predominó en la historia estadounidense, hasta que Donald John Trump y su descomunal ego ingresaron al Despacho Oval de la Casa Blanca.

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