Entre 1990 y 1998, Uruguay implementó un exitoso y duradero plan de estabilización y crecimiento que consolidó las bases de décadas de desarrollo económico con estabilidad financiera, atracción de inversiones y reducción de la pobreza. Este proceso, que comparte similitudes con la situación actual de Argentina, ofrece importantes lecciones que el país vecino podría aprovechar.
Las condiciones iniciales de Uruguay en 1990 eran muy parecidas a las que enfrentaba Argentina al comienzo de la actual administración: déficit fiscal del 7% del PBI, inflación de tres dígitos cercana al 130%, ausencia de reservas internacionales y falta de acceso al crédito internacional. Ambos países también se caracterizaban por ser economías bimonetarias, donde las transacciones menores se realizan en moneda local, mientras que el ahorro y el consumo más costoso se hace en dólares.
El plan uruguayo se centró en una fuerte reducción del gasto público, la eliminación de la emisión monetaria y la apertura al comercio y a las inversiones extranjeras. En tan solo dos años, la inflación descendió de 130% a 40%, un ritmo muy similar al de la Argentina actual. Sin embargo, llevar la inflación de 40% a un dígito tomó cinco años y medio adicionales. El plan culminó siete años y medio después con una inflación de un dígito, la eliminación del déficit fiscal y una economía en sólido crecimiento.
Como resultado, entre 1990 y 2024, Uruguay creció 50% más que Argentina en ingreso por habitante, revirtiendo la histórica ventaja argentina al erradicar la inflación y posibilitar la planificación a largo plazo.
Dos factores clave explican el éxito del plan uruguayo. Por un lado, la aplicación de las medidas económicas correctas sin buscar atajos ni soluciones creativas, siguiendo la teoría y la experiencia. Por el otro, la capacidad de sostener el rumbo económico a través de la alternancia política durante distintos mandatos presidenciales, incluyendo gobiernos de centroderecha, centroizquierda e izquierda.
Este último factor es fundamental, ya que permitió que la visión macroeconómica básica -equilibrio fiscal, reservas sólidas, flotación cambiaria- fuera compartida por diferentes fuerzas políticas, más allá de sus diferencias en otras temáticas. Gracias a esto, Uruguay puede mostrar hoy uno de los menores índices de pobreza y desigualdad de la región, un bajo costo de endeudamiento y una sólida institucionalidad.
Para Argentina, la lección es lograr un consenso en los pilares constitutivos de la organización económica que sobreviva a los gobiernos de distintos signos políticos. Si bien esto puede sonar difícil de imaginar, el ejemplo de la explotación de Vaca Muerta, que ha sido impulsada por presidencias de diferentes partidos, ofrece una esperanza.
En épocas de crecimiento económico, y no de crisis, es cuando los consensos deberían lograrse. Es momento de que la clase dirigencial argentina se inspire en el ejemplo uruguayo y busque el bien común más allá de los beneficios del corto plazo.











