El saliente gobierno de Honduras se autodesacreditó por su evidente parcialismo y sectarismo, lo que incidió en que la población perciba el quehacer político como algo irrelevante, revelando un grado de insatisfacción y frustración colectivas. El nuevo gobierno encabezado por Nasry Asfura, del Partido Nacional, tendrá la responsabilidad de restaurar la confianza y credibilidad, actualmente a la baja, a través de un esfuerzo sostenido.
Para lograrlo, será clave devolver a cada poder estatal el equilibrio e interdependencia consignados en la Constitución, sin relaciones de subordinación. No puede ser la voluntad y órdenes de una o unas pocas personas quienes decidan a su arbitrio la gestión estatal y la administración pública, lo que equivaldría a un gobierno controlado por un caudillo y una élite.
El nuevo gobierno deberá aprender de los errores y desviaciones del anterior, evitando repetir o incurrir en similares o peores desaciertos. Deberá realizar consultas periódicas tanto con sus correligionarios como con la oposición para comprobar si está transitando por el camino esperado: honestidad, eficiencia, transparencia y rendición de cuentas.
Ser generoso en la victoria revela madurez, realismo y sabiduría, lo que no implica borrón y cuenta nueva. Todo acto ilícito, sea quien sea quien lo ha cometido, deberá ser investigado y judicializado, sin otorgar amnistías que equivaldrían a conceder protección y olvido a quienes han quebrantado la ley hasta ahora con total impunidad.
El nuevo presidente Nasry Asfura, con amplia experiencia laboral en la empresa privada y en su gestión edilicia en la capital, tiene la oportunidad de conducir a Honduras durante el próximo cuatrienio con civismo, patriotismo e inteligencia, logrando un liderazgo inspirador que signifique un nuevo empezar que involucre a todas y todos los hondureños.
