José Antonio Kast no esperó a que se enfriaran las urnas tras su triunfo presidencial en Chile. En menos de 48 horas, el Presidente electo lanzó una ofensiva internacional que combinó gestos de alineamiento ideológico, definiciones duras en política exterior y señales que, para parte del actual oficialismo, rompen con la tradición diplomática del país.
Su primera parada fue Buenos Aires, donde se reunió con el polémico líder argentino Javier Milei en un encuentro cuidadosamente escenificado. "Vamos a tener una muy buena relación entre Argentina y Chile como nunca antes", dijo Kast, subrayando que su gira busca "ver cómo llevar a Chile buenos ejemplos". La imagen con Milei, símbolo del liberalismo radical en la región, fue leída como una señal inequívoca: el nuevo Gobierno chileno se siente cómodo en el eje conservador-libertario que hoy desafía a los progresismos latinoamericanos.
Desde la oposición, el diputado Jorge Brito cuestionó que Kast se esté "comunicando con criminales de lesa humanidad" y realizando "supuestas visitas casi de Estado sin la Cancillería". El exministro Giorgio Jackson, por su parte, calificó el acercamiento a Milei como un "error táctico al segundo día", argumentando que Chile tiene una realidad económica muy distinta a la de Argentina.
Pero no solo hubo críticas desde Chile. El presidente colombiano, Gustavo Petro, volvió a calificar a Kast como "nazi" y "fascista", desatando una nueva polémica. El diputado Stephan Schubert, del Partido Republicano, respondió sin rodeos, defendiendo la legitimidad del resultado electoral.
En paralelo, Kast recibió respaldos más institucionales. La Unión Europea felicitó formalmente al Presidente electo, destacando el carácter pacífico del proceso electoral y manifestando su disposición a trabajar con su futura administración. Desde Estados Unidos, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, celebró el triunfo de Kast, leyéndolo como parte de un giro regional hacia la derecha.
En apenas 48 horas, Kast consiguió instalar a Chile en el centro del debate internacional antes incluso de asumir. Con gestos de alto simbolismo, definiciones duras y una agenda que combina alineamientos ideológicos con desafíos diplomáticos, el Mandatario electo dejó claro que no habrá luna de miel silenciosa. El interrogante que queda abierto es si este golpe de efecto se traducirá en una política exterior consistente y estratégica, o si el vértigo de los primeros días terminará tensionando más de la cuenta los equilibrios que Chile ha cuidado por décadas.











