El Shinkansen, el icónico tren bala de Japón, es conocido mundialmente por su puntualidad casi perfecta y su impecable récord de seguridad. Sin embargo, el país del Sol Naciente se enfrenta a un desafío invernal que pone a prueba la eficiencia de este sistema de transporte: las nevadas brutales en la isla de Hokkaido.
En las regiones más frías de Japón, la nieve puede acumularse hasta 1.5 metros de altura, lo que representa un serio problema para los trenes de alta velocidad. Cuando el Shinkansen alcanza los 200 km/h, la nieve deja de ser solo nieve y se convierte en un verdadero peligro. El flujo de aire generado por el tren absorbe la nieve alrededor de la vía y luego la vuelve a dejar sobre el camino, compactándola y convirtiéndola en bloques de hielo.
Estos bloques de hielo, al soltarse, golpean el balasto y las piedras de la vía, rebotando a gran velocidad y causando daños tanto al tren como a lo que se encuentre a su alrededor. Ante este desafío, los ingenieros japoneses han encontrado una solución ingeniosa: el uso de aspersores integrados en la vía.
Estos aspersores rocían agua, incluso agua caliente, sobre las vías cuando el Shinkansen se acerca a ciertas estaciones en invierno. La presión generada por el propio tren y el calor del agua derrite la nieve y el hielo, evitando que se formen los peligrosos bloques de hielo. De esta manera, el Shinkansen puede mantener su velocidad comercial incluso en las condiciones más extremas del invierno japonés.
Este "truco" no solo evita que el tren tenga que reducir su velocidad, sino que también preserva la reputación de puntualidad y seguridad que caracteriza al Shinkansen. Japón ha logrado adaptar su tecnología de transporte a las exigencias del clima, convirtiéndose en un ejemplo de ingenio y eficiencia.
