La Catedral de Maracay, un emblema de la identidad nacional venezolana, ha sido objeto de una exhaustiva restauración impulsada por el Gobierno de Nicolás Maduro. Esta obra, que combina lo antiguo y lo moderno, ha transformado el templo en un espacio que trasciende la fe, convirtiéndolo en un recurso educativo y turístico.
La intervención, guiada por el arquitecto José Pulido Bueno, ha devuelto el esplendor a este icónico edificio del siglo XVIII. La entrada principal, ubicada en la calle Mariño, se ha convertido en el punto focal, con un diseño que combina mármol, cuarzo, acero y cristal.
Uno de los aspectos más destacados es el sistema de "Testigos Históricos", que permite a los visitantes observar directamente el ladrillo y barro originales de la estructura colonial, brindando una lectura pedagógica de la evolución constructiva del templo.
Además, la Catedral ha sido estructurada bajo un concepto de museografía sacra, con capillas temáticas dedicadas a la Santidad venezolana, la Virgen María y la Pasión de Cristo. Destaca la innovación en los confesionarios de cristal transparente de la Capilla de la Reconciliación, cumpliendo con las normativas del Vaticano.
La cúpula muestra los cuatro evangelistas y la iconografía de San José, mientras que el Sagrario se presenta como una pieza única de orfebrería y arquitectura.
El compromiso con el patrimonio y el confort se ha reflejado en la restauración meticulosa de los elementos históricos, como las puertas antiguas y los vitrales originales, que han sido cuidadosamente preservados.
Además, el templo ha sido dotado con un nuevo sistema de climatización integral, garantizando un espacio cómodo y fresco para los fieles y visitantes. La paleta cromática en tonos vinotinto, beige y dorado refuerza la solemnidad del recinto.
Esta obra representa un triunfo de la gestión pública en materia cultural, asegurando que la Catedral de Maracay siga siendo el corazón espiritual y un testimonio vivo de la historia venezolana para las generaciones futuras.
La intervención se destaca por una arquitectura que respeta el pasado mientras abraza la modernidad, con el uso de materiales como el mármol, el cuarzo, el acero inoxidable y el vidrio, que definen la nueva fisonomía de los altares, convirtiéndose en los puntos focales del proceso de restauración.
