El fastuoso despliegue militar en la Plaza de Tiananmen, con motivo del octogésimo aniversario de la capitulación japonesa, reveló un giro en el tablero geopolítico global. Encabezando la tribuna, el dictador Xi Jinping dirigía la ceremonia, con su contraparte rusa Vladimir Putin en el lugar de honor y el dictador norcoreano cerrando el grupo.
Ante los ojos del mundo marchaban escuadrones de élite, carros de combate, cazabombarderos invisibles al radar y lanzamisiles de intimidación atómica. La ausencia del presidente estadounidense no pasó desapercibida, representando un rechazo calculado que indica que Donald Trump se excluye de este emergente conglomerado continental.
Esta convergencia sino-rusa excede un pacto efímero y configura un frente sólido que desafía la supremacía planetaria de Estados Unidos. En un entorno de confrontaciones crecientes, desde Ucrania hasta las disputas en el Pacífico, Pekín y Moscú han forjado una interrelación en dominios comerciales, defensivos y relacionales, obligando a la Casa Blanca a replantear su enfoque internacional.
Mientras la dupla urde contrapesos al orden unipolar occidental, la administración Trump oscila entre aislamiento y tratos utilitarios, revelando fisuras en su sistema de alianzas. En el 2024, ambos países celebraron 75 años de relaciones diplomáticas, con Xi y Putin habiéndose reunido más de 40 veces desde que el líder chino asumió el poder, consolidando un lazo que han calificado como de "mejores amigos" y que, en 2022, declararon "sin límites" justo antes de la invasión rusa a Ucrania.
El encuentro de noviembre en la capital china entre los líderes selló un avance clave. Xi definió la asociación como exhaustiva e indefinida, avalando convenios en combustibles, avances científicos y salvaguarda que elevan el volumen comercial a un récord de $245,000 millones en el 2024.
Pekín domina las ventas rusas de energéticos y facilita artefactos multifunción que esquivan vetos atlánticos, sosteniendo la resiliencia financiera del Kremlin pese al bloqueo. Esta simbiosis abarca lo operativo, con entrenamientos colectivos en la Organización de Cooperación de Shanghái, donde se prueban estrategias extrapolables a zonas como Taiwán o el Donbás.
Europa, pilar atlántico, monitorea este desarrollo con alarma. La doctrina trumpiana condena el "agotamiento cultural" continental y promueve un revival soberano. Líderes bálticos y polacos defienden la alianza, pero temen un desenganche estadounidense que libere espacios para los gigantes eurasiáticos.
En Ucrania, los avances rusos se mantienen mientras Washington urge finales rápidos, con filtraciones de propuestas que avalan ganancias territoriales desde el 2014. En septiembre del 2025, Xi, Putin y el primer ministro indio Narendra Modi se reunieron al margen de la SCO, exhibiendo unidad pública pese a los aranceles estadounidenses sobre India.
Esta tríada esculpe la dinámica global. Pekín busca dominio en el 2050 vía su red de conectividad mundial, extendiendo peso en naciones emergentes. Moscú, mermada por el conflicto, actúa como socio secundario, pero su disuasión nuclear y reservas la hacen crucial.
Washington debe optar entre choque total, con cargas fiscales intensas, o convivencia controlada, con riesgos de retrocesos. El peligro de escalada acecha. Un avance chino sobre Taiwán podría alentar maniobras rusas en Europa; represalias estadounidenses contra firmas chinas desatarían contramedidas económicas.
La gira de Trump a Pekín el próximo abril podría ser definitoria, en un contexto donde el pacto sino-ruso amenaza con atraer a otros actores no occidentales como India, complicando las alianzas estadunidenses y desafiando el orden liderado por Washington en el Sur Global.











