La familia Walker, dueña de la empresa de gabinetes eléctricos Fibrebond, vendió la compañía por $1.700 millones a la multinacional Eaton. Pero antes de firmar el contrato, el administrador Graham Walker puso una condición: destinar el 15% del valor total, unos $240 millones, a repartir entre los 540 empleados de la firma.
Los trabajadores, que habían acompañado a la empresa en etapas difíciles, recibieron en promedio $443.000 cada uno, distribuidos en cinco años y condicionados a su permanencia. Aquellos con más antig edad obtuvieron sumas aún mayores.
Lesia Key, que trabajó 29 años en Fibrebond, utilizó su bono para cancelar la hipoteca de su vivienda y abrir una boutique de ropa. Otros empleados pagaron deudas, compraron autos, costearon estudios universitarios o planearon viajes.
El impacto de estos pagos también se sintió en la comunidad de Minden, Luisiana, donde opera Fibrebond. El alcalde Nick Cox destacó que la circulación de este dinero generó un fuerte estímulo económico local.
Graham Walker, quien dejará la empresa a fin de año, expresó su satisfacción al ver cómo el dinero cambió la vida de sus trabajadores. Espera recibir más testimonios sobre el impacto de estos bonos cuando cumpla 80 años.
Este caso ejemplifica cómo una empresa familiar puede retribuir a sus empleados de manera significativa tras una venta millonaria, generando un efecto positivo tanto a nivel individual como comunitario.
