Cuba ha atravesado un año extremadamente difícil en 2025, incluso más que el ya de por sí muy duro 2024. La crisis económica y social que azota al país desde hace varios años se ha agudizado, sin que los planes y medidas del Gobierno hayan podido paliarla.
La producción nacional ha caído aún más, el turismo mantiene la marcha atrás del año precedente y las exiguas arcas estatales rinden cada vez para menos, en medio de un refuerzo de las sanciones de Estados Unidos tras el retorno de Trump a la Casa Blanca.
Con las antiguas termoeléctricas al límite y el déficit de combustible por las nubes, los apagones se han eternizado en la isla. Esto ha provocado una caída aún mayor en la producción nacional y ha afectado gravemente la vida de los cubanos.
Además, la dolarización se ha afianzado en la isla, apuntalada por un nuevo paquete gubernamental y el establecimiento de la prometida tasa flotante oficial. La inflación ha seguido exprimiendo al máximo el bolsillo de los cubanos, y Etecsa ha consumado su impopular tarifazo, maquillado mínimamente para apaciguar las críticas y protestas ciudadanas.
El 2025 también ha sido marcado por el terrible golpe del huracán Melissa, la condena al exministro Alejandro Gil, la estrepitosa caída de la exministra de Trabajo tras negar la existencia de mendigos en la isla, y una epidemia de dengue y chikungunya que ha costado no pocas vidas y ha enfermado a miles y miles, poniendo más tensión sobre el deprimido sistema de Salud.
A pesar de los esfuerzos del Gobierno, la crisis económica y social en Cuba parece no tener fin. Los apagones, la escasez de bienes y servicios, y el deterioro de la calidad de vida de los cubanos son solo algunas de las consecuencias de esta situación, que ha sido agravada por factores externos como las sanciones y la pandemia. La población cubana enfrenta un futuro incierto, a la espera de que las autoridades puedan encontrar soluciones efectivas para sacar al país de esta profunda crisis.











