En 2025, el dinero salió de las hojas de cálculo y se ubicó en el centro de las conversaciones sobre política, familia y redes sociales. Incluso en la mesa de Navidad, la charla no escapó de los temas de los medios y de las cuentas del año siguiente.
Por un lado, la liquidación del Banco Master, con la mayor activación de la historia del Fondo de Garantía de Depósitos (FGC) y la sensación de que hasta el "puerto seguro" de la renta fija podía tambalearse. Por otro, Havaianas: una campaña con Fernanda Torres, en un juego de palabras entre "entrar con el pie derecho" y "empezar 2026 con los dos pies", que parte del público interpretó como un mensaje político: lo suficiente como para generar boicots, videos indignados y caída en las acciones de Alpargatas.
De banco a chancla, pasando por apuestas e influencers, 2025 mostró que el brasileño no solo estaba comprando productos e inversiones: estaba comprando historias. Pero cuando estos relatos se derrumban, no solo se resiente el saldo, sino que también se tambalea la confianza.
En el Master, el inversor común no recibía solo un título de renta fija, sino la narrativa de que "es seguro, tiene el FGC, rinde más que la cuenta de ahorro". El fondo se creó para proteger al pequeño ahorrador y a quienes recién comienzan a invertir, no para cubrir para siempre una mala gestión, corrupción o promesas de retornos agresivos. Cuando un banco quiebra y consume una parte relevante de esta red, la lectura no es solo técnica; es emocional: la sensación de haber sido traicionado por un sistema que decía "puedes confiar".
En Havaianas, la marca se convierte en objetivo de boicot y guerra ideológica: la chancla deja de ser solo una chancla y pasa a señalar a quién la persona apoya o rechaza.
En las apuestas, el guión es delicado. En pocos años, lo que era un casino lejano se convirtió en una aplicación en el bolsillo, con bonos e influencers sonrientes. El mensaje es "todo el mundo está jugando, tú también puedes acertar".
Estos tres movimientos cuentan la misma historia: la crisis de confianza de 2025 no fue solo institucional; fue comportamental. Y deja al menos tres lecciones importantes para 2026.
La primera es que la confianza sin educación financiera transforma a las personas bien intencionadas en objetivos fáciles. El inversor principiante que elige un producto con el FGC no quiere evadir el sistema; solo intenta protegerse. Pero, sin entender mínimamente el riesgo, los plazos y la concentración, termina confiando más en sellos, discursos y rostros conocidos que en un análisis real, y eso es poco ante la complejidad del sistema financiero actual.
La segunda es que, cuando las marcas e instituciones se adentran demasiado en la lógica de la polarización, hay una pérdida de confianza y, en consecuencia, de valor. 2025 mostró que comprar o dejar de comprar una marca, adherirse o no a una campaña, apostar o no apostar deja de ser solo una elección práctica y pasa a cargar mensajes sobre pertenencia y posicionamiento.
Hay un lado positivo en esto, con consumidores más atentos a la coherencia ética de las empresas e instituciones. Pero el riesgo es grande: usar la división política como estrategia de marketing puede hundir las acciones, desgastar una marca construida en décadas; como Havaianas, símbolo de un Brasil plural; y encoger uno de los pocos espacios en los que las personas con ideas diferentes aún podían convivir.
En lugar de profundizar el "nosotros contra ellos", 2026 pide empresas que respeten la diversidad de opiniones y ayuden a bajar la temperatura.
La tercera lección es que hemos naturalizado un alto nivel de riesgo en la vida cotidiana. Apostar una parte significativa de los ingresos en plataformas de juego, hacer clic en enlaces con promesas de retornos extraordinarios, concentrar inversiones en una sola institución porque "todo el mundo lo está haciendo" pasó a ser visto casi como normal. Cuando el riesgo constante se convierte en paisaje, el sentido de límite se debilita. Y, cuando llegan los tropiezos, se viven como mala suerte, no como consecuencia de un contexto que se fue volviendo peligroso.
¿Qué nos enseña esto para 2026, año electoral, de Copa del Mundo y de publicidad aún más agresiva en torno al consumo, las inversiones y las apuestas?
Enseña, primero, que no hay una salida saludable por la vía de la negación. Fingir que todo es una estafa y que nada merece confianza paraliza. Fingir que todo está bien y que "al final funciona" empuja el problema a un futuro cada vez más caro. La tarea es más difícil: transformar esta desconfianza generalizada en atención crítica, autorresponsabilidad y elecciones más responsables.
Para el individuo común, esto no se traduce en grandes gestos heroicos, sino en elecciones discretas: diversificar un poco más; huir de productos que prometen retornos fáciles; desconfiar de inversiones que parecen "perfectas" en exceso; recordar que la garantía no es un pase libre para cualquier riesgo; percibir cuándo la apuesta dejó de ser un juego y se convirtió en un agujero. En el consumo, preguntar con más frecuencia si la compra está alineada con el proyecto de vida o solo con una emoción del día.
En un año electoral, este mensaje no solo vale para las familias y los inversores, sino también para los políticos que piden el voto. En lugar de explotar la polarización y los discursos vacíos sobre el "bando correcto" y el "bando equivocado", la política podría mirar con seriedad la protección real de la población: fortalecer la supervisión del sistema financiero, abordar el problema de las apuestas como un asunto de salud pública y no solo de recaudación, reconocer la vulnerabilidad comportamental de una sociedad bombardeada por crédito fácil y promesas de ganancias rápidas, enfrentar la corrupción con algo más que eslóganes. En el fondo, lo que expresa el "mensaje de la chancla" es un agotamiento con el juego de escena y un deseo simple: tener una base mínimamente estable para vivir, trabajar, planificar y crecer.
2025 dejó en claro que el dinero es hoy uno de los lugares donde proyectamos miedos, esperanzas e identidades. En 2026, eso no desaparecerá. Lo que puede cambiar es la forma en que cada uno elige responder.
La crisis de confianza deja un mensaje incómodo y, al mismo tiempo, liberador: no es posible controlar todo lo que sucede en el sistema financiero, ni en el escenario político o en las estrategias de las marcas, pero sí es posible cuidar la calidad de las propias decisiones. Hay un tipo de seguridad que no proviene de garantías externas, sino de la coherencia interna entre valores, límites y elecciones.
El calendario va a cambiar de todos modos. La confianza, no. Puede seguir siendo distribuida por impulso o, después de un año como 2025, puede comenzar a ofrecerse con más conciencia. Al final, quizás sea eso lo que 2026 esté pidiendo: menos fe ciega en historias bonitas y más responsabilidad serena sobre el papel que cada uno tiene en su propia vida financiera.










