La capital ecuatoriana atraviesa una profunda crisis de liderazgo y abandono que tiene su origen en la falta de compromiso de las élites culturales, intelectuales, académicas y económicas de la ciudad. Quito se encuentra sumida en la abulia, con sus espacios públicos abandonados, sus referentes culturales devaluados y una ausencia total de proyectos que logren convocar a sus habitantes y construir una identidad compartida.
Las fiestas de Quito, que se celebraron hace dos semanas, son un reflejo de esta situación. Las chivas, vehículos adaptados para la fiesta, se han convertido en el último símbolo de la quiteñidad que aún sobrevive, mientras que el resto de los espacios y manifestaciones culturales de la ciudad han sido abandonados o devaluados.
Según el análisis, la crisis de Quito se debe a que sus élites han decidido darle la espalda a lo público y desistir de proponer a la sociedad un proyecto de vida compartida. La ciudad se vacía físicamente, con el abandono de sus espacios públicos, pero también simbólica y conceptualmente, con la pérdida de sus referentes culturales, su vida social y su expresión política.
La capital lleva años lamentando la crisis de liderazgo político que la mantiene condenada a vivir bajo el gobierno de una sucesión de pésimos alcaldes, figuras mediocres sin claridad de ideas ni proyecto de ciudad. Además, Quito es probablemente la única capital del continente que no tiene un diario propio, lo que limita las posibilidades de formar nuevos liderazgos políticos.
El texto señala que la ciudad se encuentra dividida entre Quito y Cumbayá, un barrio que se ha convertido en una "aberración urbana" de urbanizaciones amuralladas, donde todo se resuelve en vehículo particular. Esto refleja el desequilibrado crecimiento de la ciudad, con un escuálido crecimiento anual del 0,8% en la zona alta de Quito y un crecimiento del 4% en el valle de Los Chillos y del 6% en el valle de Tumbaco y Cumbayá.
Para revertir esta situación, se necesita una élite comprometida con un proyecto capaz de sorprender a los quiteños, seducirlos y enamorarlos. Un golpe de timón que sacuda a la ciudad y la saque del marasmo en que se encuentra, y que extirpe para siempre del discurso político las "babosadas" sobre ser "la ciudad más bonita del mundo".
