El 21 de diciembre no es una fecha cualquiera. Es el día del solsticio de invierno, cuando el sol parece retirarse y la sombra ocupa más espacio. Para las culturas antiguas, este momento era un examen, una pregunta incómoda sobre lo que se ha hecho, lo que se ha ocultado y lo que merece volver a nacer.
Hoy, Colombia atraviesa su propio solsticio político. La oscuridad que vivimos no es natural, ni casual. No es solo ausencia de luz, sino presencia organizada de intereses, miedos inducidos y narrativas cuidadosamente construidas. Esta oscuridad se expresa en titulares alarmistas, en personajes fabricados desde estudios de televisión, en la confusión deliberada entre periodismo y propaganda.
No se trata de astronomía, sino de poder. Algunos quieren oscurecer el país, pero aún resiste despierto, buscando ser una verdadera República democrática.
En este contexto, se nos propone leer a Colombia como se lee el cielo en el solsticio: entendiendo que la noche más larga también anuncia un cambio. Pero la luz no regresa sola, sino que depende de la memoria, de la conciencia y de la decisión ciudadana de no acostumbrarse a vivir a oscuras.
Esta no es solo una reflexión de diciembre, sino una advertencia política sobre el país que algunos quieren ocultar. Un llamado a mantener viva la llama de la democracia, a no dejarnos envolver por la oscuridad organizada y a reclamar el derecho a una información veraz y un debate público sano.
El solsticio de invierno es un momento de inflexión, una oportunidad para mirar hacia atrás y hacia adelante, para evaluar lo hecho y lo que aún falta por hacer. En medio de la noche más larga, Colombia tiene la oportunidad de renacer, de volver a brillar como la República democrática que merece ser.












