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El "Niño Milagroso" que ayudó a canonizar a San Martín de Porres

El "Niño Milagroso" que ayudó a canonizar a San Martín de Porres
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En una noche de diciembre de 1962, Lima volvió a mirar al cielo, no para pedir un milagro, sino para recibirlo. Aterrizaba en el aeropuerto internacional un vuelo comercial procedente de Europa que traía a bordo a un niño cerca de cumplir 12 años, español, silencioso aunque sonriente: Antonio Cabrera Pérez-Camacho. Su historia había sido decisiva para que meses antes, en mayo de ese año, El Vaticano proclamara santo al humilde dominico limeño Martín de Porres.

Antonio tenía cinco años cuando su infancia se quebró en un segundo. Era el 25 de agosto de 1956 y pasaba vacaciones en Garachico, Tenerife (España), cuando, como cualquier niño inquieto, convirtió una broma en aventura. Lanzó una "pastilla" de "jabón Lagarto" de un amigo por juego y esta terminó sobre una construcción; al trepar para recuperarla, tropezó y cayó duramente desde una altura de casi cinco metros. Un bloque de cemento de casi 30 kilos se desprendió de la azotea y aplastó su pierna izquierda.

El diagnóstico inicial fue devastador: fracturas múltiples, tejidos aplastados y pérdida de irrigación. Los médicos temieron lo peor. La pierna se le estaba gangrenando y con ella llegó ese "olor a muerte" que los facultativos reconocieron de inmediato. Se le retiraron tejidos putrefactos mientras la fiebre aumentaba. Los antibióticos no servían. El 31 de agosto de 1956, la conclusión fue unánime: la amputación era necesaria para evitar una septicemia fatal.

Pero la noche previa a la cirugía programada ocurrió algo inesperado. Un familiar cercano, Adolfo Luque, profundamente devoto del beato Martín de Porres, llegó a la habitación de Antonio y le entregó a su madre, Berta, una pequeña estampa del dominico limeño. Colocaron la imagen sobre la pierna herida y Berta rezó durante horas, sin descanso, aferrada a una fe conmovedora. Al amanecer, los médicos retiraron el vendaje y se encontraron con que la circulación había regresado. La coloración era distinta. El tejido respondía. Entonces, la amputación quedó suspendida.

El informe del doctor Miguel López consignó una mejoría súbita, total y médicamente inexplicable. El menor Antonio Cabrera fue dado de alta el 7 de setiembre de 1956. Solo quedó una cicatriz donde había estado rondando la muerte.

Seis años después, el 6 de mayo de 1962, el papa Juan XXIII proclamó santo a Martín de Porres. El expediente del niño español había sido aceptado, y ya se tenía hacía años el de una mujer en Paraguay. Se requerían dos casos milagrosos certificados para que Roma aceptara la canonización.

Finalmente, en la noche del 17 de diciembre de 1962, Antonio Cabrera Pérez-Camacho, el "Niño Milagroso", llegó a Lima. En el aeropuerto internacional lo aguardaban sacerdotes dominicos, periodistas, cámaras y fieles. Su serenidad contrastaba con el revuelo. Para Lima, él era el rostro del milagro. Para él, Lima era la ciudad del santo que le había salvado la pierna. Al día siguiente, Antonio visitó la iglesia de Santo Domingo, en el Cercado de Lima. Ante la tumba de San Martín de Porres, oró en silencio junto a sus padres. Esa imagen bastó. Para muchos fieles, fue más elocuente que cualquier sermón.

El Perú de 1962 vivía tensiones sociales y políticas. En medio de huelgas y conflictos, la presencia del niño ofreció un respiro espiritual. Por unos días, la capital habló menos de crisis y más de fe. Las iglesias se llenaron. Fuera de cámaras, Antonio Cabrera era solo un niño. Jugaba fútbol, hablaba del Real Madrid y de Alfredo Di Stéfano. Corría con otros niños limeños. Esa normalidad era, quizá, la prueba más contundente del milagro.

Cuando Antonio Cabrera Pérez-Camacho falleció el 28 de julio de 2017 (día de nuestra independencia), a los 66 años, seguramente recordó por unos segundos ese día en que de niño visitó el Perú y rezó ante la tumba de San Martín de Porres; el mismo día en que nos devolvió, sin quererlo, algo de fe.

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