El panorama político en América Latina ha experimentado un giro significativo en los últimos años, con el ascenso de candidatos de derecha, e incluso de la llamada "derecha fuerte" o populista, que han logrado ganar prácticamente todas las elecciones realizadas en 2025. Este fenómeno contrasta con el declive de la izquierda latinoamericana, que ha visto cómo su influencia se ha reducido considerablemente en la región.
La victoria de la derecha en el continente se ha producido en un contexto de cambios profundos en el escenario político. Por un lado, la izquierda latinoamericana ha sido asociada, en algunos casos, con el autoritarismo populista de países como Venezuela y Nicaragua, lo que ha dañado su imagen y credibilidad. Estos regímenes, que se presentaban como ejemplos de la izquierda, han terminado por erosionar la percepción de este sector político en toda la región.
Además, la izquierda ha sido incapaz de construir un relato que conecte con las principales preocupaciones de la población, como la violencia y la pobreza. A diferencia de la izquierda mexicana, que se ha sustentado en la esperanza, las izquierdas sudamericanas han surgido más de la rabia y la frustración, sin lograr plasmar una propuesta concreta que ofrezca soluciones a los problemas más acuciantes.
Por el contrario, la nueva derecha latinoamericana, representada por figuras como Javier Milei, Guillermo Lasso o José Antonio Kast, ha logrado articular un discurso más emocional, simbólico y sistémico. Estos candidatos han sido capaces de conectar con valores y narrativas que trascienden las clases sociales, resignificando la historia y ofreciendo una alternativa al pragmatismo tecnocrático de la derecha tradicional.
Ante este panorama, los analistas consideran que la izquierda latinoamericana debe replantearse su estrategia. Por un lado, debe deslindarse del camino autoritario y estatista que han representado regímenes como el de Venezuela. Asimismo, debe construir un relato basado en la esperanza y no en la rabia, entendiendo que la rabia puede servir para ganar elecciones, pero no para gobernar.
Finalmente, la izquierda debe comprender que enfrenta a una nueva derecha, mucho más sofisticada y conectada con las preocupaciones de la población. Para recuperar el terreno perdido, deberá apostar por una agenda que aborde los principales problemas de la región, como la violencia y la pobreza, y que logre conectar con las aspiraciones y necesidades de las mayorías.










