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Triunfo de Kast en Chile: Fin del "progresismo" y restauración conservadora

Triunfo de Kast en Chile: Fin del "progresismo" y restauración conservadora
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El triunfo de José Antonio Kast en las elecciones presidenciales de Chile marca el fin de una era del "progresismo" en el país y el inicio de una fase de restauración conservadora. Lejos de ser una ruptura, la alternancia entre Boric y Kast es la expresión de una continuidad en la que la contrainsurgencia se ha ido consolidando.

El artículo analiza cómo el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución de 2019 fue el hito fundacional de una operación destinada a clausurar el ciclo abierto por el levantamiento popular de octubre de ese año. El proceso constituyente, sin programa de clase ni dirección política revolucionaria, sirvió como instrumento para reconducir el conflicto social hacia canales institucionales controlados.

La derrota aplastante de Jeannette Jara no se explica por errores tácticos de campaña, sino por la profunda erosión del vínculo entre las clases populares y el progresismo gobernante. Sectores que en el pasado respaldaron a Bachelet y Boric se mostraron renuentes, atravesados por el discurso de la seguridad, la mano dura y el miedo, discurso instalado y legitimado no solo por la derecha, sino también por el propio oficialismo.

Lejos de ser una anomalía, el peso electoral actual del pinochetismo es la expresión madura de un proceso histórico en el que la dictadura no fue un paréntesis, sino un régimen fundador. Pinochet no solo gobernó diecisiete años, sino que permaneció en posiciones centrales de poder político y militar hasta 2002, protegido por los mismos gobiernos que inauguraron la llamada transición.

Las explicaciones del propio progresismo gobernante sobre su derrota revelan el grado de vaciamiento político y programático al que ha llegado la centroizquierda chilena. Según Boric, el problema radica en una supuesta falla narrativa, mientras que figuras como Tohá y Tironi reconocen que el progresismo perdió por no haber sido lo suficientemente duros, lo suficientemente autoritarios en la gestión represiva del malestar social.

Ante este escenario, la tarea estratégica no es llorar sobre la alternancia consumada, sino luchar por sepultar políticamente al progresismo liberal de toda ralea, romper con su política identitaria vaciada de contenido social y reconstruir una perspectiva clasista y de revolución social. Solo así el repudio popular al progresismo podrá transformarse, no en resignación autoritaria, sino en una nueva acumulación consciente de fuerzas para la emancipación de la clase trabajadora.

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