El prestigio internacional de Costa Rica como referente en derechos humanos, gracias a albergar la sede de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), conocida como el "Pacto de San José", enfrenta un creciente desafío interno. Mientras el nombre sigue funcionando como una garantía simbólica a nivel global, las prácticas y discursos del gobierno actual parecen alejarse de ese legado.
En los últimos años, una serie de decisiones y gestos del gobierno costarricense han generado inquietud entre quienes ven en el país un modelo de respeto a los derechos humanos. La abstención de Costa Rica en votaciones relevantes de la ONU, como la obligación de ayuda humanitaria a Gaza, la visita del presidente Rodrigo Chaves a la controversial megacárcel salvadoreña, y la confrontación retórica con organismos de control, son señales que apuntan a una redefinición del lugar que ocupan los derechos humanos en el proyecto de poder.
Según el politólogo José Daniel Rodríguez Arrieta, de la Universidad de Costa Rica, el problema no es que Costa Rica "ya no crea" en los derechos humanos, sino que estos comienzan a aparecer como un "lenguaje incómodo, prescindible o subordinado a otras prioridades políticas".
La advertencia de la relatora especial de la ONU sobre territorios palestinos, Francesca Albanese, sobre la necesidad de revisar acuerdos comerciales que puedan contribuir a violaciones de derechos humanos, como el Tratado de Libre Comercio con Israel, es un ejemplo de este dilema. El silencio o la dilución de este llamado por parte de Costa Rica vuelven a tensar la imagen del país como un actor coherente dentro del sistema interamericano.
Para Rodríguez Arrieta, la pregunta clave no es si Costa Rica "sigue siendo" el país del Pacto de San José, sino qué significa hoy alojar uno de los tribunales de derechos humanos más importantes del mundo cuando el propio Estado anfitrión empieza a hablar el lenguaje de los derechos como si fuera un estorbo.
El riesgo, advierte, no es perder el prestigio internacional de golpe, sino que San José continúe circulando como un nombre impecable mientras su referente político se vacía. Un día, en esas mismas aulas donde el Pacto se menciona con respeto, alguien podría empezar a preguntar no dónde está la Corte, sino qué tan lejos quedó el país que le dio nombre.












