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Regímenes autoritarios temen y manipulan la celebración de la Navidad

Regímenes autoritarios temen y manipulan la celebración de la Navidad
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La Navidad, una de las celebraciones más importantes del cristianismo, ha sido históricamente un objeto de desconfianza y temor para los regímenes autoritarios de diversas ideologías a lo largo del siglo XX y XXI. Estos gobiernos perciben en la Navidad un desafío potencial a su control ideológico y político, pero también una oportunidad para cooptar su poder simbólico y emocional.

La razón principal de esta dualidad es que la Navidad representa un espacio de autonomía social y lealtad alternativa al Estado, algo que los regímenes totalitarios no pueden aceptar. Por un lado, las celebraciones familiares, comunitarias y eclesiales crean ámbitos fuera del control directo del Estado donde pueden surgir críticas o sentimientos alternativos al poder. Además, la Navidad vincula a la población con comunidades globales, como la Iglesia Católica universal, algo que los regímenes aislacionistas ven como un riesgo de "contaminación ideológica".

Por otro lado, para las tiranías la Navidad también es una oportunidad de cooptación política. Buscan capitalizar su arraigo emocional redirigiendo los sentimientos de nostalgia, esperanza y solidaridad hacia el líder, el partido o el Estado. Asimismo, intentan sustituir el mensaje religioso por figuras políticas presentadas como redentores, y apropiarse de tradiciones populares para demostrar "legitimidad cultural" y mostrarse como protectores de la identidad nacional.

Ejemplos de esta instrumentalización de la Navidad abundan. En la Alemania nazi, Hitler y el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán promovieron la "Navidad alemana" eliminando elementos cristianos y sustituyéndolos por simbología pagana y nazi. En la Italia fascista, Mussolini impulsó la "Navidad del Duce" con celebraciones masivas organizadas por el partido. En la Unión Soviética, la Navidad fue prohibida y reemplazada por la celebración del Año Nuevo, mientras que en Corea del Norte está completamente suprimida.

En la Nicaragua de Ortega, si bien la Navidad no está prohibida, el gobierno ejerce vigilancia sobre las actividades de celebración, especialmente si son convocadas por la Iglesia, y promueve sus propias celebraciones navideñas con un enfoque de clara manipulación política. En Cuba, Fidel Castro eliminó la Navidad del calendario oficial durante casi 30 años, y en China el gobierno regula estrictamente las celebraciones navideñas, considerándolas una influencia cultural extranjera.

En síntesis, el miedo que históricamente han mostrado los regímenes autoritarios hacia la Navidad y lo que ella significa les lleva a tratar de destruir su poder autónomo y transformador, pero también a intentar aprovechar su capital simbólico. Esta tensión constante entre suprimir lo que no pueden controlar y cooptar lo que no pueden suprimir refleja el verdadero temor de estos gobiernos hacia la Navidad: el niño de Belén, desde la humildad de su pesebre, sigue siendo hoy la mejor noticia para los oprimidos y esclavizados del mundo, y por esa misma razón, el mayor peligro para quienes basan su dominio en la opresión.

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