La desaparición forzada se ha convertido en una de las problemáticas sociales más profundas de México en las últimas décadas. Si bien miles de familias padecen la incertidumbre de no conocer el destino de sus seres queridos, la sociedad mexicana ha desarrollado diversas estrategias para enfrentar el dolor, entre las que destaca la centralidad de la Virgen de Guadalupe como símbolo de esperanza y resistencia.
Según el antropólogo social Claudio Lomnitz, la religiosidad popular entrelaza la búsqueda espiritual, la demanda de justicia y la construcción de memoria colectiva, especialmente en territorios como Zacatecas, Sinaloa, Chiapas, Guanajuato y Jalisco, donde la violencia y la impunidad han marcado a varias generaciones.
El fenómeno de la desaparición forzada en México tiene consecuencias que van mucho más allá de la escalofriante cifra de personas ausentes. En algunos estados, se llegó a considerar "la zona de silencio" por la inseguridad y las desapariciones. Lomnitz señala que este fenómeno coincide en gran medida con el inicio de la guerra contra las drogas en 2006, dejando a las familias afectadas no solo con la ausencia física de sus seres queridos, sino también con la imposibilidad de concluir el ciclo del duelo, la estigmatización social y la inseguridad permanente.
Frente a la falta de respuestas estatales, la sociedad mexicana ha impulsado diferentes formas de acción colectiva y estrategias de consuelo para resistir la indiferencia, la impunidad y el aislamiento. La consolidación de colectivos de familias de desaparecidos es uno de los cambios sociales más significativos de la última década, ya que no solo exigen justicia a las autoridades, sino que también crean redes de apoyo emocional, asesoría jurídica y acompañamiento psicológico.
Fuera del ámbito de la organización formal, en las familias se desarrollan prácticas íntimas para honrar a los desaparecidos y procesar la incertidumbre, como la conservación del espacio personal del ausente, la escritura de cartas y la celebración de fechas significativas. Además, las redes digitales y sociales han jugado un papel central en la búsqueda de apoyo y visibilidad.
En este contexto de crisis, la religiosidad popular, particularmente la devoción por la Virgen de Guadalupe, emerge como uno de los principales soportes culturales, emocionales y organizativos en la lucha contra la desaparición forzada. La Virgen se convierte en la madre protectora, la aliada de los pobres y la consoladora de los afligidos, cuya presencia se multiplica en mantas, estampas, altares familiares y espacios públicos convertidos en santuarios improvisados.
El acto de encomendar a los desaparecidos a la Virgen del Tepeyac no es solo una búsqueda de milagros, sino también un reclamo de visibilización, dignidad y reconocimiento de la humanidad de las víctimas, negada muchas veces en los discursos oficiales o estigmatizada por la lógica de la criminalización.
En comunidades donde la violencia criminal redefine la vida pública y donde el Estado es percibido como ausente, la Virgen de Guadalupe funge como testigo del dolor colectivo y mediadora simbólica ante la indiferencia y el abandono. La resignificación contemporánea de los rituales guadalupanos demuestra la capacidad de la sociedad para transformar creencias religiosas en estrategias culturales de resistencia, memoria y solidaridad.
Ante esta realidad, la Iglesia de la Arquidiócesis Primada de México hizo un llamado para que los grupos delictivos y el crimen organizado tengan una tregua a nivel nacional durante las celebraciones de la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre, bajo el lema "12 de diciembre: No más muertos, ni desaparecidos".
La devoción a la Virgen de Guadalupe se ha convertido en un ancla de esperanza y un símbolo de la lucha contra la desaparición forzada en México, uniendo a familias y colectivos dispersos geográficamente en torno a un mismo anhelo de justicia y reencuentro.







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