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La "segunda China": Cómo la desinformación oficial distorsiona la realidad económica del gigante asiático

La "segunda China": Cómo la desinformación oficial distorsiona la realidad económica del gigante asiático

La dinámica de desarrollo de China, la segunda potencia mundial, comporta consecuencias para el planeta. Entender e interpretar las variables que la componen, la dirección que lleva y la estrategia de sus gobernantes para manejarla, son tareas obligadas pero complejas. Un elemento altera sensiblemente la percepción que terceros tenemos de ella: la planificada desinformación que es la tónica de actuación de los jerarcas de Pekín.

Hablar de la economía china en 2025 exige asumir una realidad incómoda: existen dos Chinas. Una es la que Pekín proyecta mediante comunicados oficiales, discursos y estadísticas cuidadosamente filtradas. La otra es la que intentan reconstruir analistas externos a partir de información incompleta, tardía o selectivamente publicada. El problema no es solo la divergencia entre ambas visiones, sino que la primera está diseñada deliberadamente para distorsionar la percepción de la segunda.

La narrativa oficial insiste en una economía resiliente, con un crecimiento "en torno al 5 %", un ajuste controlado del sector inmobiliario y una transición ordenada hacia industrias de alto valor agregado. Sin embargo, ese relato se sostiene sobre una arquitectura informativa cada vez más opaca. Indicadores sensibles se revisan sin explicación, se redefinen metodológicamente o desaparecen cuando contradicen el mensaje político. El manejo del desempleo juvenil, los ingresos por venta de tierras o la deuda de los gobiernos locales son ejemplos elocuentes.

Desde el exterior, las señales de fragilidad son persistentes. El consumo interno continúa débil, las presiones deflacionarias no ceden, los beneficios industriales caen y el sector inmobiliario sigue siendo una fuente de inestabilidad sistémica. Estas no son perturbaciones coyunturales, sino síntomas estructurales de un modelo de crecimiento agotado que Pekín se resiste a reconocer públicamente.

Es cierto que en 2025 China avanzó en sectores estratégicos como los vehículos eléctricos, la manufactura avanzada y la inteligencia artificial. Pero estos logros conviven con deficiencias que no solo no se superaron, sino que se profundizaron. La inversión privada permanece contenida, la confianza empresarial es frágil y la demanda doméstica sigue sin asumir el papel que el propio gobierno dice querer asignarle.

Los ejemplos de desinformación son numerosos. En 2025, Pekín dejó de publicar series completas sobre desempleo juvenil tras registrar cifras políticamente incómodas, mientras redefinía metodologías sin aclaración técnica. Algo similar ocurre con el sector inmobiliario. Mientras los comunicados oficiales hablan de "ajustes controlados", desarrolladores clave renegocian deuda, gobiernos locales dependen de rescates encubiertos y las ventas de terrenos una fuente fiscal crítica permanecen deprimidas. Esta disonancia entre relato y realidad alimenta una falsa sensación de estabilidad que confunde a inversores y responsables de política económica fuera de China.

El impacto más grave de esta desinformación trasciende las fronteras chinas. Gobiernos, mercados financieros y organismos internacionales toman decisiones basadas en una imagen distorsionada de la segunda economía del mundo. El riesgo no es menor: diagnósticos erróneos conducen a políticas comerciales, financieras y geoestratégicas equivocadas, con efectos globales.

Paradójicamente, incluso los análisis externos pueden estar profundamente equivocados, no por falta de rigor, sino porque parten de datos contaminados. Cuando las estadísticas dejan de reflejar la realidad, cualquier modelo económico se convierte en una conjetura. En el caso de China, esa conjetura afecta cadenas de suministro, flujos de capital y expectativas de crecimiento mundial.

La conclusión es inquietante. China no solo enfrenta desafíos económicos, sino una crisis de credibilidad. Mientras Pekín continúe utilizando la información económica como herramienta política y no como bien público, el mundo seguirá analizando a China a través de un espejo deformado. Y tratándose de la segunda potencia económica global, esa distorsión constituye un riesgo sistémico de primer orden.

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