Mick Meany, un irlandés que soñaba con ser campeón mundial de boxeo, decidió enterrarse vivo durante 61 días en 1968 para batir el récord mundial de resistencia bajo tierra. Aunque logró superar con creces el anterior registro de 45 días, su hazaña nunca fue reconocida oficialmente y la fortuna que le habían prometido nunca llegó.
La extraordinaria historia de Mick Meany comenzó en un pub irlandés en Londres, donde el hombre de 33 años, sin mayores perspectivas en la vida, decidió emprender una inusual proeza para hacerse famoso y ganar dinero. Con la ayuda de un empresario y promotor de boxeo llamado Michael "Butty" Sugrue, Meany se enterró vivo el 21 de febrero de 1968 en un ataúd especialmente diseñado, con la intención de superar el récord de 45 días bajo tierra establecido por el estadounidense Digger O'Dell.
Durante 61 días, Meany permaneció sepultado a 2,5 metros de profundidad, alimentándose a través de tubos de hierro fundido y comunicándose con el exterior a través de un teléfono instalado en el ataúd. La prensa mundial siguió de cerca su hazaña, y personalidades como el boxeador Henry Cooper y la actriz Diana Dors fueron a visitarlo en su tumba.
Cuando finalmente fue desenterrado el 22 de abril, Meany había superado con creces el récord anterior. Sin embargo, a pesar de las promesas de una gira mundial y 100.000 libras esterlinas en efectivo, el irlandés regresó a su país sin un céntimo en el bolsillo. Además, su logro nunca fue reconocido oficialmente por el Guinness World Records, ya que no hubo un representante que verificara su hazaña.
Apenas unos meses después, una exmonja llamada Emma Smith superó el récord de Meany al permanecer sepultada durante 101 días. Aunque la historia de Mick Meany cayó en el olvido durante décadas, en 2003 fue resucitada en la forma de un documental titulado "Buried Alive/Beo Faoin bhFód", que ha recibido elogios en diversos festivales.
La extraordinaria y trágica historia de este hombre que soñaba con la fama y la fortuna, pero que terminó sin nada después de su hazaña, es un recordatorio de los peligros y las decepciones que pueden acompañar a los intentos de batir récords extremos.
