Quince años después de la masacre de Tamaulipas, en la que 26 migrantes hondureños perdieron la vida, las familias de las víctimas continúan en un duelo interminable, sin haber encontrado justicia plena ni reparación por lo ocurrido.
La masacre de Tamaulipas, ocurrida el 22 de agosto de 2010, sigue siendo una herida abierta para los familiares de los migrantes asesinados. Eran hijos, hijas, madres y padres que emprendieron el peligroso viaje hacia el norte buscando una mejor oportunidad de vida, pero que nunca llegaron a su destino.
Marvin Leodan Euceda Aguilar, de 22 años, salió de su aldea en Comayagua, Honduras, con la esperanza de ayudar a sus padres a mejorar su hogar. Logró comunicarse por última vez desde México, pidiendo apoyo económico para continuar su camino, pero luego el silencio. Años después, su familia recibió la confirmación de que Marvin se encontraba entre las víctimas de la masacre.
Nancy Mariela Pineda Lacan también emprendió el viaje, dejando a sus dos hijos pequeños con la promesa de enviarles dinero y reunirse pronto. Su familia reconoció su rostro en las imágenes que circularon, y el proceso para recuperar su cuerpo fue largo y doloroso. Sus hijos, uno de ellos apenas un niño, expresaron deseos de venganza, lo que obligó a buscar ayuda psicológica.
A 15 años de la tragedia, las familias no piden olvido ni discursos conmemorativos, sino respuestas, justicia y reparación. Mientras no haya verdad plena ni responsabilidades claras, el duelo seguirá abierto y las voces de quienes perdieron a sus seres queridos seguirán recordando que detrás de cada migrante asesinado había una historia, una promesa y una vida que nunca debió terminar así.
