La política ecuatoriana se ha convertido en un circo de lealtades automáticas, donde dos tribus se enfrentan sin debatir ideas ni propuestas. Por un lado, los "borregos" defienden ciegamente al correísmo, mientras que las "focas" aplauden todo lo que se opone a este movimiento, sin importar los resultados.
Este fenómeno, más peligroso que el fanatismo clásico, está generando un vacío en la discusión pública. Donde no hay ideas, programa ni plan, las focas llenan el espacio con palmas, permitiendo que se filtren oportunistas, improvisados e incluso saqueadores del Estado.
La conversación pública ya no se centra en políticas, sino en bandos. Lo que importa no es si algo sirve, sino de qué lado viene. Mientras unos viven atrapados en el pasado, otros celebran cualquier gesto como si fuera épico, aunque no cambie nada en la vida real de la gente. Y el país queda en medio, con cifras que duelen, calles que asustan y una sensación creciente de que nadie está realmente obligado a hacerlo bien.
El Ecuador necesita urgentemente que las focas despierten y entiendan que no todo lo anticorreísta es bueno. Sólo así podremos volver a hablar de lo único que importa: cómo sacar al país del pantano. La polarización y la falta de debate constructivo están impidiendo que se aborden los verdaderos problemas del país.
Es hora de dejar atrás las lealtades ciegas y enfocarnos en soluciones reales. La política ecuatoriana debe volver a ser un espacio de intercambio de ideas y propuestas, no un circo de aplausos y balidos. Sólo así podremos avanzar como nación y superar los desafíos que enfrentamos.











