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Honduras enfrenta una migración silenciosa y forzada tras el fin de las caravanas

Honduras enfrenta una migración silenciosa y forzada tras el fin de las caravanas

En 2025, la migración en Honduras cambió de forma, volviéndose más individual, silenciosa y marcada por el miedo, el castigo y la falta de opciones. Ya no hubo caravanas avanzando por las carreteras ni multitudes cruzando fronteras bajo la mirada de las cámaras. En su lugar, la migración ocurrió de manera discreta, en vuelos discretos, en retornos solitarios y en familias que regresaron antes de ser detenidas.

Honduras no dejó de expulsar población, pero lo hizo de manera menos visible. Las caravanas, que durante años simbolizaron el éxodo hondureño, desaparecieron no porque la necesidad se agotara, sino porque el riesgo de quedarse aumentó. Migrar pasó de ser un acto colectivo a una decisión individual, tomada con urgencia y sin red de apoyo.

El retorno también se volvió más crudo. Personas que dejaron trabajos, jóvenes que abandonaron estudios y familias que regresaron sin ahorros ni planes. El retorno dejó de ser una elección libre y se convirtió en una consecuencia, una pausa forzada cargada de incertidumbre.

Entre los retornados, la niñez volvió a cargar el peso más alto. Niños que regresaron solos o con familiares que ya no tenían cómo sostenerlos, enfrentando escuelas interrumpidas, vínculos rotos y silencios difíciles de explicar.

Honduras recibió a su gente de vuelta sin un sistema sólido de reintegración. Sin empleo suficiente, con comunidades ya golpeadas por la pobreza y la violencia, y con instituciones incapaces de absorber el impacto del retorno masivo. Volver no alivió la presión social; la profundizó. Migrar siguió siendo, incluso después del regreso, la única salida imaginable para muchos.

En 2025, Honduras no dejó de expulsar población, solo cambió la forma. El país no vio pasar caravanas, pero sí recibió vuelos llenos. No escuchó consignas colectivas, pero sí historias individuales marcadas por el miedo y la urgencia. La migración dejó de ser visible, pero no dejó de doler. Honduras cerró el año sin caravanas en el horizonte, pero con la misma herida abierta: un país que sigue empujando a su gente a irse y que, cuando vuelve, no sabe cómo recibirla.

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