La Unión Europea se enfrenta a un escenario global cada vez más hostil, con Estados Unidos y Rusia ejerciendo una creciente presión sobre el bloque. Tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y los ataques híbridos de Moscú, Bruselas ha asumido que debe rearmarse y buscar una mayor autonomía estratégica.
Durante el 2025, los países europeos se han comprometido a incrementar su gasto en defensa al ritmo dictado por Washington dentro de la OTAN. Paralelamente, han acelerado el desarrollo de capacidades militares propias ante los incidentes con drones, cazas y ciberataques atribuidos a Rusia en el este, centro y norte del continente.
Según los expertos, el eje franco-alemán ha vuelto a situarse como la fuerza motriz en política exterior y de defensa de Europa. Iniciativas como la "coalición de voluntarios" o la extensión del "paraguas nuclear" francés a otros países son ejemplos de esta vía de acción externa y paralela al proyecto comunitario.
Si bien la UE ha logrado hacerse oír en las negociaciones para una eventual paz en Ucrania, la clave estará en la capacidad de ofrecer ayuda financiera y militar a Kiev ante la falta de un mayor compromiso estadounidense. La decisión de movilizar activos rusos y usarlos para préstamos a Ucrania podría servir de palanca para que Bruselas gane peso en las negociaciones.
No obstante, los analistas advierten que la UE aún no puede considerarse un actor geopolítico creíble. La nueva estrategia de seguridad de Estados Unidos, que llama a "cultivar la resistencia a la trayectoria actual de Europa", pone de manifiesto el volantazo en las relaciones transatlánticas. Además, la dependencia europea de Washington en capacidades estratégicas y la presencia de una visión "trumpista" en algunos países miembros dificultan una respuesta integrada del bloque.
Ante este escenario, la Unión Europea deberá elegir entre una "respuesta integracionista" que le permita dotarse de más capacidades defensivas o avanzar hacia una "Europa de los patriotas y las naciones" que quieren fragmentarse. El 2026 se perfila como un año clave para definir el futuro geopolítico del bloque.












