La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca ha marcado un giro drástico en la política estadounidense, con un mandato caracterizado por un fuerte autoritarismo, la erosión de las instituciones democráticas y una agenda nacionalista que ha impactado a nivel global.
En sus primeros 11 meses de gobierno, el presidente republicano ha reconfigurando alianzas históricas, desmantelado sectores enteros y empujado a Estados Unidos por un sendero que muchos ven como antidemocrático. Acciones que se han sentido no solo a nivel interno, sino en todos los rincones del planeta.
En el frente doméstico, Trump ha expandido de manera dramática el poder del Ejecutivo a través de decretos y órdenes ejecutivas, avanzando con una agenda nacionalista que cuenta con el respaldo de un Congreso de mayoría republicana. Uno de sus énfasis ha estado en el área migratoria, donde ha reactivado y ampliado programas de deportación acelerada, ordenando redadas masivas y desplegando unidades tácticas del ICE en ciudades.
Paralelamente, el mandatario ha venido desmantelando pilares históricos del aparato federal, recortando drásticamente presupuestos y eliminando dependencias enteras relacionadas con derechos humanos, cambio climático y diplomacia pública. La expansión del uso de fuerzas federales dentro del territorio estadounidense, sin coordinación con autoridades locales, también ha abierto un profundo debate sobre la politización de la seguridad.
Su relación con la prensa, que ya venía en franco deterioro, se ha tornado en un verdadero campo de batalla, con el presidente catalogando a varios medios como "enemigos del pueblo" y lanzando investigaciones y demandas millonarias que son vistas como un mecanismo para forzar la autocensura.
En el frente internacional, el regreso de Trump a la Casa Blanca se ha traducido en un brusco viraje respecto a la arquitectura global construida desde la Segunda Guerra Mundial. Washington se ha distanciado de sus socios europeos tradicionales, poniendo en duda la viabilidad de la OTAN, y ha reinterpretado de manera agresiva y militarizada la llamada doctrina Monroe, convirtiendo a América Latina en su prioridad estratégica.
La imposición unilateral de aranceles globales, el uso de las tarifas como herramienta política y las amenazas de intervención militar directa en países de la región han sido algunas de las acciones más polémicas de su nueva política exterior.
Aunque la mayoría de sus acciones han sido aplaudidas por la base republicana, las últimas encuestas revelan que Trump ha comenzado a pagar un alto costo político. Su nivel de aprobación se ubica en 36%, el valor más bajo de su segundo mandato, y los resultados electorales del mes pasado fueron el primer campanazo de alerta, con derrotas aplastantes del partido republicano en comicios clave.
Nadie sabe si esa perspectiva forzará un cambio o moderará sus acciones para 2026. Lo que sí es claro es que su retorno a la Casa Blanca ha redibujado el mapa político mundial y obligado a gobiernos, instituciones y ciudadanos a replantearse el rumbo de la democracia, la seguridad y el poder en el siglo XXI. Para bien o para mal.












