La política chilena ha dado un giro inesperado con la contundente victoria de José Antonio Kast en las elecciones presidenciales. El abogado de 57 años, que compitió por tercera vez en una elección presidencial, se impuso a la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, con más del 58% de los votos, convirtiéndose en el presidente más votado en la historia de Chile.
La participación electoral fue récord, con 5 millones de personas más que en los comicios de 2021, lo que refleja el alto interés de la ciudadanía en este proceso. Kast obtuvo 7,2 millones de votos, casi 2 millones más que su rival.
Si bien la victoria de Kast fue categórica, con triunfos en todas las regiones y en más del 90% de las comunas del país, es importante analizar algunos matices. En la primera vuelta de 2021, con voto voluntario, el actual presidente Gabriel Boric obtuvo menos del 26% de los sufragios, con una aprobación promedio durante su gestión cercana al 30%. En contraste, Kast logró el 23,9% en esa instancia, pero aumentó en más de 4 millones de votos entre la primera y segunda vuelta, lo que sugiere que gran parte de su electorado provino de quienes en un principio apoyaron a otras opciones.
Este resultado también se enmarca en la reconfiguración del sistema político chileno, tras el rechazo del 62% de la ciudadanía a la propuesta de nueva Constitución en 2022. Dicho plebiscito habría significado un hito en la redefinición de las fuerzas políticas, con sectores de centroizquierda acercándose al centro y formando alianzas con la derecha para las elecciones legislativas.
Ahora, Kast deberá gobernar sin mayoría propia en el Congreso y tendrá que forjar alianzas políticas o coyunturales para sacar adelante su agenda. Sus primeras declaraciones apuntan a una búsqueda de cooperación con la derecha tradicional, pero aún falta mayor reflexión y debate en ambos sectores.
A pesar de ser un político experimentado, con una trayectoria como concejal, diputado y líder del Partido Republicano, Kast tendrá el desafío de pasar de la oposición a la gobernabilidad, en un contexto económico difícil y con un Congreso fragmentado. La democracia chilena, no obstante, ha demostrado una vez más su fortaleza, con un proceso electoral limpio y transparente, y un traspaso de mando ordenado entre el presidente saliente y el presidente electo.
