Las elecciones en la Universidad de Cuenca no son un simple trámite interno, sino una oportunidad para que la comunidad universitaria, compuesta por docentes, estudiantes y personal administrativo, decida el rumbo futuro de esta institución con más de 150 años de historia. La decisión que se tome en estos días no solo afecta a la propia universidad, sino que interpela directamente a la ciudad de Cuenca y, en muchos sentidos, al país.
La Universidad de Cuenca ha sido, en distintos momentos de su historia, una voz pública relevante, capaz de incidir en los debates nacionales con argumentos técnicos y evidencia científica. Esta capacidad de incidencia es parte del rol social que define a una universidad pública y ha vuelto a escucharse con fuerza en temas como la inseguridad, la crisis carcelaria y la contaminación del agua.
Por eso, reducir la elección a una simple consigna de "cambio" sería un error. La academia necesita renovarse, actualizar sus mallas, fortalecer la investigación y dialogar con los desafíos contemporáneos, pero también requiere cuidado, coherencia y una conducción que no improvise sobre estructuras complejas. Gobernar la Universidad de Cuenca exige experiencia, comprensión de su entramado interno y responsabilidad frente a su impacto externo.
En una coyuntura marcada por la incertidumbre, la polarización y las soluciones fáciles, optar por un futuro que se cuide, que proteja lo construido, que profundice lo que funciona y que proyecte cambios con sustento, es madurez institucional. La elección que se avecina es una oportunidad para reafirmar que la Universidad de Cuenca seguirá siendo una conciencia crítica de la ciudad y un actor central en la construcción de un futuro común, sin improvisaciones y con responsabilidad social.
