En las últimas décadas, la cultura popular ha construido una imagen idealizada del amor como una emoción intensa y mágica, capaz de vencer cualquier obstáculo. Sin embargo, la realidad es que el amor en la vida cotidiana implica mucho más que un final feliz.
Según expertos, la percepción de que amar "cuesta más que antes" se debe a varios factores. Por un lado, hoy en día se espera que la pareja satisfaga múltiples roles, desde mejor amigo hasta fuente de validación constante. Esto genera altas expectativas que son difíciles de cumplir, llevando a ver los desacuerdos y esfuerzos normales como señales de que algo está mal.
Además, el contexto actual de inestabilidad laboral, rupturas y fenómenos como el "ghosting" han hecho que muchas personas lleguen a las relaciones con mayor desconfianza y ansiedad. Esto activa mecanismos de defensa que convierten al amor en un "trabajo interno permanente", agotador emocionalmente.
Los estilos de apego también juegan un papel clave. Quienes han tenido experiencias tempranas inconsistentes tienden a desarrollar un apego más ansioso, necesitando mucha confirmación y leyendo cada gesto con lupa. Esto vuelve la convivencia un esfuerzo constante por calmar la angustia.
Sin embargo, los expertos aclaran que el amor no es intrínsecamente una lucha. Incluso en relaciones sanas, hay roces y desacuerdos inevitables que requieren habilidades de comunicación y autorregulación para gestionarse. Cuando dos personas dejan de verse como oponentes y se reconocen como aliados, la dinámica se transforma.
Aprender a nombrar los propios disparadores emocionales, pausar antes de reaccionar y tener rituales de conexión son algunos de los hábitos que pueden cambiar el clima de la relación. Porque el amor, más que una emoción, es una decisión que se sostiene día a día a través del esfuerzo mutuo.
