El triunfo arrollador de José Antonio Kast en las elecciones chilenas del último domingo ha desatado todo tipo de análisis y reacciones a nivel regional. Si bien algunos han calificado al candidato ganador como "ultraderechista", lo cierto es que su victoria merece una mirada más profunda que vaya más allá de las etiquetas.
Para entender lo ocurrido, es importante analizar los factores que llevaron a la derrota de la izquierda en Chile. En primer lugar, la división y los egos desmesurados de la derecha le dieron una ventaja inicial a la izquierda que no supo capitalizar. En lugar de aprovechar esa oportunidad, los partidos de izquierda parecen haber perdido el pulso con el electorado.
Uno de los elementos clave fue el aparente divorcio entre el discurso progresista y las preocupaciones reales de la ciudadanía. Temas como la inseguridad y la economía parecen haber desplazado a las agendas identitarias que enarbolaba la izquierda. Esto generó un creciente hartazgo en el elector de a pie que la izquierda no supo leer.
Asimismo, episodios como el encubrimiento de una denuncia de violación sexual dentro del gobierno de Boric minaron seriamente la credibilidad del sector progresista. La falta de autocrítica y la evidente intervención del gobierno en favor de la candidata de izquierda también jugaron en su contra.
En ese sentido, la experiencia chilena deja lecciones valiosas para el Perú y otros países de la región. La izquierda deberá entender que, más allá de los discursos grandilocuentes, los ciudadanos demandan soluciones concretas a sus problemas cotidianos. Ignorar esa realidad puede tener consecuencias electorales devastadoras, como ocurrió en Chile.
Por otro lado, la reacción airada de algunos sectores ante el triunfo de Kast, calificándolo de "ilegítimo" o "hijo de un nazi", solo evidencia la dificultad de la izquierda para aceptar la derrota y dialogar con quienes piensan distinto. Esto, sin duda, es otro aspecto a tener en cuenta.
En resumen, el caso chileno muestra que la izquierda latinoamericana enfrenta un desafío crucial: conectar con las verdaderas preocupaciones de la gente, ser coherente en sus propuestas y aprender a perder con madurez democrática. De lo contrario, corren el riesgo de seguir sufriendo reveses electorales como el ocurrido en Chile.










