El domingo, la ciudad de Sídney, Australia, fue escenario de un violento ataque terrorista que dejó un saldo de 16 personas muertas y decenas de heridos. Según las autoridades, el ataque fue perpetrado por un padre y su hijo, quienes habrían jurado lealtad al Estado Islámico (EI) y actuaron inspirados en ideologías extremistas.
La policía informó que los atacantes, un hombre mayor y su hijo, planearon deliberadamente el ataque y portaban armas de fuego registradas legalmente. El hombre mayor murió en el lugar tras enfrentarse con la policía, mientras que su hijo permanece herido y bajo custodia.
Las investigaciones revelaron que los agresores tenían materiales de propaganda del EI y evidencias de planificación, lo que confirmó que el ataque fue motivado por la radicalización de los perpetradores. Expertos en seguridad destacaron que, si bien Australia tiene leyes estrictas sobre armas desde la masacre de Port Arthur en 1996, el desafío actual es detectar y desarticular la radicalización de ciudadanos locales inspirados por grupos terroristas internacionales.
El primer ministro Anthony Albanese condenó enérgicamente el atentado y subrayó la amenaza que representan los individuos radicalizados que se autoidentifican con organizaciones como el EI. Albanese adelantó que se reforzarán los controles de seguridad, la vigilancia de posibles radicalizados y las leyes sobre armas.
La población de Sídney respondió con conmoción y solidaridad ante este trágico suceso. Cientos de ciudadanos acudieron a Bondi Beach para rendir homenaje a las víctimas, colocando velas y flores en su memoria.
Este ataque terrorista ha sacudido a la sociedad australiana y pone de manifiesto la necesidad de fortalecer los mecanismos de prevención y detección de la radicalización, así como de reforzar la seguridad para evitar que hechos de esta naturaleza vuelvan a ocurrir.
