El exdirector de La Prensa, en un artículo de opinión, advierte que la construcción de muros físicos y mentales por parte de los países termina por empobrecer y aislar a las naciones, en lugar de protegerlas. Según el autor, la historia ha demostrado que el verdadero progreso y fortaleza de una civilización radica en su capacidad de mezclarse, aprender e integrarse con lo diferente, no en encerrarse y creer en su supuesta superioridad.
El texto inicia recordando la emblemática Muralla China, construida originalmente para proteger al país asiático de las amenazas del norte. Sin embargo, su efecto más profundo fue aislar a China del intercambio cultural y el conocimiento, confinándola en la "ilusión de su propia suficiencia" mientras el resto del mundo avanzaba.
"Toda muralla física termina siendo también una muralla mental. Y cuando una nación levanta muros para protegerse del extranjero, suele terminar protegiéndose del cambio, del aprendizaje y del futuro. Los muros separan cuerpos, pero, sobre todo, separan ideas", advierte el autor.
En ese sentido, traza un paralelismo con el actual intento de Estados Unidos por construir un muro fronterizo con México, señalando que este gesto "repite, quizás sin saberlo, un gesto antiguo: el del poder que teme perder su pureza y se encierra". Sin embargo, recalca que "no hay grandeza posible en el aislamiento" y que "la fuerza de una civilización está en su capacidad de mezclarse, de aprender, de enriquecerse con lo distinto".
Pero el peligro más grave, según el exdirector, no son los muros físicos, sino aquellos "muros" mentales que se levantan cuando un pueblo empieza a creer en la supuesta superioridad de su raza, cultura o religión. Ese pensamiento, advierte, "es en realidad la antesala de la barbarie" y da origen a "las guerras, los genocidios y las humillaciones que han ensombrecido la historia".
"Quien se siente superior deja de aprender; quien desprecia al otro, deja de ser plenamente humano", sentencia.
Por eso, concluye el autor, las murallas "no protegen: empobrecen". Ninguna civilización se ha salvado encerrándose, sino que las que perduran son "las que se abren, las que integran, las que entienden que el mundo no se domina, sino que se comparte".
"Ojalá que los países que hoy levantan muros recuerden la lección de la historia: todo muro construido para defender la identidad termina erosionando el alma de quien lo erige", finaliza.
