La Biblia nos enseña que ocultar nuestros pecados no nos lleva a la prosperidad, sino que, por el contrario, reconocerlos y abandonarlos es el camino hacia la misericordia de Dios. En el libro de Proverbios, se nos recuerda que "los que encubren sus pecados no prosperarán, pero si los confiesan y los abandonan, recibirán misericordia" (Proverbios 28:13).
Este mensaje de la importancia de la confesión y el arrepentimiento se repite a lo largo de las Sagradas Escrituras. En el Salmo 32, el salmista comparte su propia experiencia de cómo el negar sus pecados le trajo sufrimiento, mientras que la confesión le llevó a la alegría del perdón: "Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí" (Salmo 32:3-4). Por el contrario, "¡Oh, qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia, a quienes se les cubre su pecado!" (Salmo 32:1).
La epístola de 1 Juan resume este principio de manera clara y contundente: "Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad" (1 Juan 1:9). Dios está dispuesto a perdonar y restaurar a aquellos que humildemente reconocen sus faltas y se arrepienten.
Como bien señala el texto, "es poco saludable ocultar nuestro pecado, pero humildemente sacarlos a la luz mediante la confesión y apartarse de ellos conduce a la vida". Dios ha hecho todo lo necesario para que podamos estar en una relación íntima con Él, a través de la obra salvadora de Jesucristo. La invitación es clara: si aún no has entrado en esa relación, haz de hoy tu "cumpleaños espiritual" al recibir a Cristo como tu Señor y Salvador.
Pues como se nos recuerda, "el día de su regreso se acerca". Es momento de tomar en serio el llamado a la confesión, el arrepentimiento y la obediencia, para así recibir la misericordia y el perdón de Dios.
