La tradición de armar y quemar el Año Viejo en San Cristóbal, Venezuela, ha creado un poderoso vínculo comunitario que trasciende generaciones. Cada 31 de diciembre, niños, jóvenes y adultos se unen para dar vida a estos muñecos llenos de pólvora, que luego son quemados en una celebración que marca el fin de un ciclo y el inicio de uno nuevo.
En barrios como La Concordia, 23 de Enero y Guzmán Blanco, esta práctica se ha mantenido viva por décadas, con familias y líderes comunitarios a la cabeza de su organización. Desde noviembre se comienza a recolectar fondos y materiales para la elaboración de los Año Viejo, que pueden llegar a costar hasta 200 dólares y ser acompañados de espectáculos de fuegos artificiales.
Los muñecos pueden representar desde un anciano resignado a la transformación, hasta figuras y situaciones de rechazo público o personajes famosos del año que termina. En el caso de este 2025, un Año Viejo en forma de pirata representa al polémico expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, con una serie de acusaciones en un cartel.
La quema de estos Año Viejo se ha convertido en un evento memorable para los vecinos, que toman todas las medidas de seguridad necesarias para evitar incidentes. Incluso familias como la de Sergio José Moreno, de 67 años, han liderado esta tradición por más de medio siglo en el barrio 23 de Enero.
Más allá de la pólvora y las explosiones, el Año Viejo es una oportunidad para que la comunidad se una, los niños participen en su elaboración y se transmita el conocimiento de generación en generación. Una tradición que, a pesar de los cambios, sigue siendo un pilar de la identidad de San Cristóbal.











