América Latina cierra el año 2025 inmersa en un escenario internacional caracterizado por el "desorden global" y una incertidumbre persistente, producto de una competencia geopolítica abierta entre las grandes potencias, crecientes tensiones comerciales y un multilateralismo severamente erosionado. En el plano regional, el año estuvo marcado por un giro electoral hacia la derecha, un crecimiento económico mediocre y avances sociales frágiles.
El principal factor externo que reconfiguró este escenario fue el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. La nueva doctrina de seguridad nacional y el llamado "Corolario Trump" a la doctrina Monroe redefinieron al Hemisferio Occidental -y a América Latina en particular- como la máxima prioridad de la política exterior de Estados Unidos. La seguridad fronteriza, el control migratorio, la lucha contra el narcotráfico y la presión comercial pasaron a integrarse en una misma ecuación estratégica, orientada principalmente a contener la influencia china en sectores considerados críticos.
Para la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, este giro se tradujo en una reducción tangible de su autonomía y en una diplomacia crecientemente "impositiva". Países como Colombia, México y Brasil tuvieron que lidiar con tensiones y presiones crecientes en sus relaciones con Washington.
En el plano electoral, el año 2025 estuvo marcado por un avance de la derecha en los cuatro procesos presidenciales celebrados durante el año. Las victorias en Ecuador, Bolivia y Chile, junto con el resultado controvertido en Honduras, reflejaron un claro castigo a los oficialismos de izquierda. La inseguridad, la migración y el estancamiento económico confirmaron una demanda social centrada en orden, control y eficacia estatal.
Este giro ideológico desplaza el test de gobernabilidad hacia los nuevos liderazgos de derecha, que deberán demostrar, con rapidez y resultados tangibles, su capacidad para enfrentar problemas estructurales largamente postergados. De no hacerlo, la sanción electoral volverá a activarse, reforzando el patrón de volatilidad política que hoy define a la región.
En el ámbito económico, 2025 confirmó un patrón persistente: crecimiento regional mediocre, en torno al 2,4%, insuficiente para cerrar brechas estructurales. La reducción de la pobreza monetaria fue real pero frágil, mientras la desigualdad y la informalidad continuaron elevadas, limitando la productividad, la movilidad social y la inclusión.
Otros desafíos relevantes fueron la expansión del crimen organizado, que erosionó al Estado, capturó territorios y condicionó procesos electorales; y el malestar generacional, expresado en protestas lideradas por jóvenes de la Generación Z, que demandaron empleos de calidad, mejores servicios y nuevas oportunidades.
En materia de integración regional, 2025 dejó una imagen de fragmentación y debilidad crónica, con dificultades para coordinar posiciones y transformar la retórica en resultados concretos. La postergación europea del acuerdo Mercosur-UE y la escasa articulación regional muestran una América Latina "balcanizada", con un margen de maniobra reducido frente a las grandes potencias.












