El 2025 llega a su fin y, como cada año, es momento de hacer un balance de lo ocurrido. Lamentablemente, el panorama que se dibuja en este análisis es desalentador: la normalización de la ruina, la institucionalización de la mediocridad y la aceptación del deterioro como un rasgo cultural inevitable.
El texto describe una realidad en la que las autoridades han abandonado su responsabilidad de prevenir y corregir los problemas que aquejan al país. En lugar de eso, se han concentrado en repartir dádivas, contratos y favores, mientras los ciudadanos se han convertido en cómplices de este sistema aletargado, esperando migajas a cambio de su silencio.
Los ejemplos abundan: casas destruidas por terremotos que no se reconstruyen, accidentes de tránsito que se repiten sin solución, carreteras en mal estado que se convierten en "monumentos al abandono". Mientras tanto, la desnutrición infantil crece en las ciudades, mientras el dinero público se dilapida en fiestas, cohetes y regalos.
La sensación que predomina es de "verg enza y asco" ante un país que parece no tener arreglo. La impunidad se ha convertido en la forma habitual de funcionamiento, y los hechos se acumulan sin que existan responsables. Políticos y ciudadanos se benefician de este sistema, en una relación tóxica que se retroalimenta.
Los salarios públicos son altos, con todo tipo de privilegios, mientras la organización estatal se desmorona. Corruptores y corrompidos se señalan mutuamente, pero nadie hace nada por cambiar esta realidad que se ha normalizado.
El problema, concluye el texto, no es la falta de diagnósticos ni de recursos, sino la comodidad de no hacer nada. El país avanza sin rumbo, mientras la ruina, la mediocridad y el deterioro se han convertido en rasgos característicos de esta sociedad.








