La oscura madrugada del 31 de octubre, en medio de dos feriados, la alcaldesa de Arraiján, Panamá, ordenó la demolición del monumento chino ubicado en el mirador del emblemático Puente de las Américas, sin debates públicos ni explicaciones claras. Este hecho ha desatado una fuerte controversia a nivel nacional e internacional, poniendo en evidencia la necesidad de un mayor respeto por la memoria histórica y la diversidad cultural del país.
El Puente de las Américas, construido entre 1958 y 1962 con fondos estadounidenses, es considerado un símbolo de conexión nacional. En 2007, se inauguró el mirador en el que se encontraba el monumento chino, que evocaba 150 años de historia y los aportes de la comunidad china a Panamá.
La demolición del monumento fue calificada como "imperdonable" por el presidente de la República, Laurentino Cortizo, quien anunció la reconstrucción del mismo en el mismo sitio. Esta decisión, si bien intenta corregir parcialmente el daño causado, no borra la forma en que se actuó ni la necesidad de esclarecer las responsabilidades detrás de este hecho.
El episodio ha dejado un "mal sabor institucional", agravado por los mensajes oficiales iniciales que hablaban de buscar otro lugar para honrar esa memoria, sin claridad sobre el valor simbólico del sitio original. Esta ambig edad resulta especialmente delicada en un contexto de tensiones geopolíticas y narrativas externas que buscan instrumentalizar los símbolos culturales vinculados a China y al Canal de Panamá.
Reconstruir el monumento es necesario, pero no suficiente. La memoria histórica, el respeto cultural y la rendición de cuentas deben ser gestionados de manera transparente y con la participación de la comunidad. Este incidente pone de manifiesto la importancia de preservar y honrar la diversidad cultural de Panamá, así como la necesidad de fortalecer los procesos de toma de decisiones y de diálogo con los diferentes sectores de la sociedad.











