Cada diciembre, la presión por cerrar el año de manera "perfecta" se hace sentir. La sensación de no haber logrado todas las metas trazadas al inicio del año puede generar frustración, baja autoestima e incluso ansiedad. Sin embargo, desde la psicología se propone una mirada más compasiva y flexible hacia este proceso.
El mito del "cierre perfecto" sostiene que un año bien terminado es aquel en el que todo salió como se planificó. Pero la vida no funciona así. Hay metas que requieren más tiempo, proyectos que cambian de forma, circunstancias inesperadas y etapas emocionales que no piden permiso. Creer que todo debe resolverse antes del 31 de diciembre genera ansiedad, comparación y una sensación injusta de insuficiencia.
Desde la psicología, se nos invita a recordar que el balance de un año no se mide por resultados, sino por procesos. Muchas veces, lo que no logramos también habla de nuestra salud: detenerse, priorizar otras áreas, escuchar el cansancio, afrontar pérdidas o simplemente reconocer que no era el momento. A eso le llamamos flexibilidad psicológica, una habilidad que protege de la frustración.
La compasión también juega un rol fundamental. No se trata de "conformarse", sino de "mirarse con humanidad". Preguntarse: ¿qué condiciones enfrenté?, ¿qué cambios atravesé?, ¿qué me enseñó lo que no salió como esperaba? Esa mirada amplia permite entender que no todos los ciclos cierran con el fin de un año y que no todo objetivo necesita cumplirse para tener valor.
Mirar hacia el próximo año desde la exigencia solo repite el mismo patrón. En cambio, planificar desde la honestidad implica establecer metas sostenibles, adaptables y coherentes con el momento emocional que vivimos.
El verdadero cierre llega cuando dejamos de perseguir la perfección y elegimos avanzar con paciencia, flexibilidad y respeto por nuestro propio ritmo. Y es justamente ahí, en esa elección tranquila y consciente, donde empieza el verdadero comienzo.









