El Salvador vivió una jornada histórica el pasado 14 de julio, cuando el país juró solemnemente su Constitución de 1886 en un acto cargado de simbolismo y emoción. Ante una multitud de veinte mil personas, el presidente y las máximas autoridades del país reafirmaron su compromiso con los principios fundacionales de la nación.
El discurso pronunciado por el orador oficial, el Dr. Julio Enrique Ávila, capturó a la perfección el espíritu de la ocasión. Ávila resaltó cómo este día "radiante" y "esplendoroso" era una "promesa de una sabia armonía y una paz creadora" para el pueblo salvadoreño. Describió conmovido cómo "hombres y mujeres, niños y ancianos, pudientes y menesterosos" se unían en un solo corazón bajo la bandera azul y blanca.
Para Ávila, la Constitución de 1886 es la "Carta Magna" que ha guiado a El Salvador durante medio siglo, concretando "los sueños y las necesidades de su pueblo" y orientando "la forja de las conciencias y la norma de la justicia". Sin embargo, reconoció que los tiempos han cambiado y que la nueva Constitución deberá "bajar a los abismos más profundos" para atender los problemas acuciantes como "la miseria" y garantizar "que todos los hijos tengan padre y que todos los hombres y los niños de la pobreza tengan derecho a la luz y a la alegría".
Con un tono esperanzador, Ávila afirmó que el pueblo tiene "fe" y que, "unidos, bajo la protección de Dios", verán "surgir el nuevo sol" donde "el trabajo será grato y placentero" y "la fraternidad no será sólo mandato divino sino gozo de los hombres". Un mensaje que resonó profundamente en los corazones de los presentes.
La jornada fue coronada por el júbilo y la emoción de la multitud, que aclamó con fervor la reafirmación de los valores constitucionales que han guiado a El Salvador durante décadas. Un día memorable que augura un futuro de unidad, justicia y prosperidad para la nación.











