El nacimiento de Jesús, un evento que divide la historia de Occidente, no solo trajo un mensaje de amor y redención, sino que sentó las bases para comprender la dignidad intrínseca de todo ser humano, una idea que es la piedra angular de la libertad que defendemos.
En la Navidad, celebramos el nacimiento de quien vino a recordarnos que el amor genuino no se impone, se ofrece. Jesús rechazó la tentación del poder político terrenal y se enfocó en la salvación del individuo. Este enfoque es crucial para quienes valoramos el liberalismo: la cooperación social pacífica es la base de la civilización.
Al acercarnos al final de este ciclo anual, la reflexión debe ir más allá y aterrizar en nuestra realidad política y económica. ¿Hemos honrado esa libertad este año? Al revisar los últimos doce meses, vemos cómo el Estado esa maquinaria de coerción que tiende a expandirse si no se le vigila ha continuado invadiendo esferas que pertenecen a los individuos.
Mientras nosotros celebramos el dar voluntario, los burócratas y políticos han perfeccionado el arte de quitar por la fuerza. Este contraste entre el pesebre y el palacio es esencial. El amor al prójimo, ese valor central del cristianismo, se manifiesta de forma práctica en la defensa de un sistema donde ese prójimo pueda prosperar con su trabajo, sin que la mitad de su esfuerzo sea confiscado por tributos excesivos o asfixiado por regulaciones absurdas.
El año 2026 se perfila con desafíos enormes. La economía mundial se tambalea y las tentaciones autoritarias persisten en nuestra región. Por eso, debemos esforzarnos más, trabajar con mayor inteligencia en la batalla de las ideas. Los principios de la libertad la propiedad privada, el gobierno limitado y los mercados abiertos son el único camino probado para mejorar el nivel de vida de todos, en especial de los más pobres. No hay caridad más efectiva que un sistema que permite la creación de riqueza.
No podemos servir a dos señores; no podemos amar la libertad y, a la vez, aplaudir la expansión ilimitada del Estado. Estos días de reflexión deben renovar nuestras baterías morales e intelectuales. El amor que celebramos en Navidad no es un sentimiento pasivo, es una fuerza activa que nos impulsa a buscar la verdad y a rechazar la mentira.
Cerremos el año con gratitud, pero también con la guardia en alto. Que la paz de estos días no nos adormezca ante los abusos del poder, sino que nos inspire para defender con renovado vigor el sistema republicano de pesos y contrapesos y los derechos inalienables con los que nacimos. Si queremos un 2026 más próspero, la fórmula no es mágica ni estatal; la fórmula es más libertad, más responsabilidad y más respeto a la dignidad de cada individuo.












