La Navidad, más allá de sus aspectos comerciales y festivos, tiene un profundo significado espiritual que nos invita a reflexionar sobre el año que termina y a mirar hacia el futuro con renovada esperanza. En un país donde la política suele generar más divisiones que unidad, esta época debería servir como una tregua para reconocer aquello que nos une como sociedad.
El fin de año es un momento propicio para hacer un balance honesto de nuestros logros y desaciertos. No se trata de juzgarnos con dureza, sino de entender qué hicimos bien, qué hicimos mal y qué nos dejó este tramo de vida que ya se va. Aceptar tanto los aciertos como los errores es parte fundamental del crecimiento personal y colectivo.
La llamada "teoría de la abundancia" nos recuerda la importancia de agradecer lo que sí tenemos, en lugar de enfocarnos únicamente en lo que nos falta. La gratitud, más que una frase de autoayuda, es una decisión consciente que nos permite evitar que la carencia gobierne nuestra forma de ver la vida. Reconocer las oportunidades que aún tenemos, por más pequeñas que parezcan, es un ejercicio liberador.
En este contexto, la Navidad nos recuerda que la perfección no es el objetivo, sino la esperanza. La certeza de que siempre es posible recomenzar, de que podemos reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás. Un llamado a la humildad y la gratitud, para que el próximo año llegue cargado de fe, prosperidad y propósito.
