El error no debe verse como sinónimo de fracaso, sino como una oportunidad de aprendizaje y crecimiento. Así lo afirma Sandro Marcone, quien destaca que "un niño que entiende que el error no lo define, sino que lo impulsa, desarrolla resiliencia cognitiva: la capacidad de persistir frente a la dificultad".
En un mundo cada vez más atravesado por la inteligencia artificial (IA) y el cambio constante, aprender a equivocarse se vuelve una de las habilidades más valiosas que pueden desarrollar las personas. Sin embargo, en la escuela, en casa y en la vida adulta, aún se tiende a penalizar, evitar y ocultar el error.
El pensamiento computacional lo deja claro: resolver problemas no es acertar a la primera, sino iterar. Probar una idea, evaluar qué falló, ajustar y volver a intentar. Ese proceso, tan natural en la ciencia, sigue siendo visto con sospecha en nuestras aulas, donde se considera que pensar bien es no equivocarse, cuando en realidad es todo lo contrario.
El impacto más profundo de esta visión del error no es solo académico, sino emocional. Un niño que entiende que el error no lo define, sino que lo impulsa, desarrolla resiliencia cognitiva, la base de la autonomía intelectual. Sin ella, cualquier desafío desde matemática hasta la vida cotidiana se vuelve una amenaza.
Para madres y padres, el mensaje es clave. ¿Qué decimos cuando nuestros hijos se equivocan? ¿Reforzamos la verg enza o abrimos espacio para el aprendizaje? La forma en que acompañamos el error construye, o limita, su relación con el conocimiento.
Este tema cobra aún más relevancia con la llegada de la IA a las aulas. La IA no elimina el error; lo amplifica. Quien no sabe iterar se frustra y abandona. Quien ha aprendido a equivocarse, en cambio, usa la tecnología para perfeccionar, no para rendirse.
Si queremos formar estudiantes capaces de pensar, crear y adaptarse, necesitamos dejar de castigar el error y empezar a enseñarlo. Aprender a equivocarse no puede depender solo de la buena voluntad de algunas escuelas o familias. Debe convertirse en parte explícita de nuestra pedagogía y en una política pública sostenida. En un mundo complejo, equivocarse bien es una forma de avanzar.










