La historia política de República Dominicana está marcada por una constante: la concentración del poder en manos de un puñado de líderes que se han alternado en la presidencia durante más de un siglo. Desde Buenaventura Báez hasta Luis Abinader, siete hombres han gobernado el país durante 110 de sus 181 años de vida republicana, en un patrón que se repite una y otra vez.
Este fenómeno, lejos de ser una mera anécdota, revela una profunda crisis en la construcción de la democracia dominicana. Tal como lo señala el texto, "construir un presidente se parece a confeccionar un traje a la medida, no del país real, sino de las élites que controlan el poder". Es decir, el relevo político suele ser más una ilusión que una realidad, con el retorno de liderazgos conocidos como una práctica recurrente.
Los casos de Antonio Guzmán Fernández, quien se suicidó en el ejercicio del poder, y Salvador Jorge Blanco, encarcelado tras dejar el cargo, son advertencias claras de los peligros que acechan a quienes intentan romper con este patrón. Figuras como Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Joaquín Balaguer y Rafael Leónidas Trujillo Molina consolidaron dictaduras y concentraron el poder de manera personalista, dejando un legado que aún se hace sentir.
Mientras amplias zonas del país viven en condiciones de pobreza y precariedad, el discurso público se mueve como si se habitara una democracia plenamente desarrollada. Esta "burbuja de apariencias" es alimentada desde los centros de poder geopolítico y los poderes fácticos nacionales, que insisten en habilitar y reciclar liderazgos conocidos, cerrando el círculo electoral sobre quienes ya estuvieron o están en el poder.
La emocionalidad política del dominicano, señala el texto, se activa más en criptas y funerales que en el estudio de su historia. Sin embargo, recorrer críticamente los episodios del pasado no es un ejercicio de nostalgia, sino una herramienta de prevención. La historia no condena por sí sola, pero advierte. Y cuando una sociedad se niega a escucharla, suele pagar el precio con repeticiones, crisis y desencantos.
En el caso de República Dominicana, auscultar la historia se convierte en una necesidad democrática. Sólo a través de un análisis profundo y crítico de los patrones de concentración del poder podrá construirse un verdadero relevo político, alejado de las élites que han dominado la escena durante más de un siglo.












