El fin de semana, Australia sufrió la peor masacre de las últimas décadas cuando dos atacantes, un padre y un hijo, abrieron fuego contra una multitud que celebraba el inicio de la festividad judía de Hanukkah en la playa de Bondi Beach, en Sídney, dejando al menos 15 personas muertas y más de 40 heridas.
Las autoridades investigan el caso como un ataque terrorista, confirmando que los hombres, de 50 y 24 años, estaban "claramente" motivados por una "ideología extremista". Según la información recabada, los atacantes eran padre e hijo y actuaron solos, sin formar parte de una célula terrorista mayor.
El padre, Sajid Akram, era titular de una licencia de armas de fuego y se cree que utilizó las seis armas que tenía registradas en el ataque. Akram llegó a Australia en 1998 con un visado de estudiante, mientras que su hijo, Naveed Akram, es ciudadano australiano.
La policía antiterrorista cree que los hombres habían jurado lealtad al Estado Islámico (EI) y que habían preparado el ataque en una propiedad de alquiler cercana a la playa. En el vehículo de los atacantes se encontraron dos banderas del grupo terrorista.
Entre las víctimas mortales se encuentran al menos un ciudadano israelí, un francés y una eslovaca, así como dos rabinos de la comunidad judía local. También hay un superviviente del Holocausto que murió mientras intentaba proteger a su esposa.
El ataque, que duró aproximadamente 10 minutos, provocó el caos y la huida de cientos de personas que se encontraban celebrando el inicio de Hanukkah. Un transeúnte, identificado como Ahmed al Ahmed, un padre de familia sirio-australiano, logró desarmar a uno de los atacantes y es considerado un "auténtico héroe" por las autoridades.
El primer ministro australiano, Anthony Albanese, ha anunciado que se incluirán nuevas leyes más estrictas sobre armas en la agenda de la próxima reunión del consejo de ministros, con el objetivo de limitar el número de armas que los particulares pueden poseer y establecer revisiones periódicas de las licencias.
Este atentado ha conmocionado a la sociedad australiana, poco acostumbrada a tiroteos masivos de esta magnitud. La última masacre de estas características ocurrió en 1996 en Port Arthur, Tasmania, lo que llevó a endurecer la legislación sobre armas en el país.
